sábado, 6 de enero de 2018

Autobiografía. (historia real). Memorias y forja de un cornudo casto:

Autobiografía. (historia real). Memorias y forja de un cornudo casto:

Capítulo I Parte II. Pubertad y adolescencia (ALFA y omega)

 


...de mí, ¿ qué puedo decir de mí? ...que era poca cosa, menudo, frágil, bajito, caprichoso... quizás
por eso dentro del seno familiar era un niño ultramimado, consentido y sobreprotegido por mis dos hermanas mayores y mis autoritarios, católicos y tradicionales padres (hasta los 14 años me bañaba mi madre).
Tan sumamente vergonzoso que jamás había sido capaz de mostrarme en ropa interior ante nadie.
Mi pudor era exacerbado, no podía siquiera hacer pipí en un bar, cine o lugar público por el temor a ser sorprendido por accidente (no me salía ni gota). Mi peor pesadilla en aquella época era estar con la familia lejos del domicilio sin otra opción que, debido a alguna imperiosa “urgencia” fisiológica, tener que utilizar un Wc sin pestillo en un lugar público... vencer esa barrera jamás lo conseguí... no lo hice nunca... solo podía aliviarme en mi propia casa...entonces...
¿Cómo podía pasarme esto a mí?, ¿Cómo podía sucederme constantemente lo que estaba en las
antípodas de lo que deseaba?, ¿por qué yo, que en casa lo era todo y fuera la mascota marrana del colegio? Eso me preguntaba indignado cada mañana antes de partir para la escuela, me iba muy temprano para evitar ser visto y “cazado” por alguien... si había suerte esquivaría al menos la humillación de primera hora.
Conocido rápidamente por la totalidad de los alumnos de mi nuevo colegio por mi mansa
servidumbre e incondicional sometimiento por parte de los machos alfa, recuerdo perfectamente que las niñas se limitaban a mirar con atención mi “doma”, a ser meras espectadoras cuando me
practicaban “la tenaza”, mientras mis dueños se turnaban para exprimir mi pequeño miembro y
retraídos huevecillos a mano llena, apretándolo con todas sus fuerza dentro de su puño...intentando
abarcar al mismo tiempo el pitito y las esquivas bolillas que temerosas ante el inminente ataque, se retraían en un acto reflejo de supervivencia y preservación, pero......toda vez que notaban mis genitales al completo dentro de su mano y alcanzado el objetivo íntegramente, la presión era insoportable, una vez “bien agarrados” abrían y cerraban la mano muy rápidamente y con todas sus fuerzas tres o cuatro veces apresando y aplastando mi pequeño sexo dentro de su puño (a esta actividad la llamaban “la tortilla”), la sensación era de desesperación, de ahogo total... de que me los arrancaban en un dolor inenarrable... apretaban-soltaban, apretaban-
soltaban frenéticamente al “diminuto” y a sus dos redondos acompañantes sin misericordia... pero yo no gritaba, a pesar del punzante y agudo sufrimiento, solo emitía sonidos sordos y apagados, guturales “...hmmmmm, hmmm, HMMMM...!!!” para no atraer a un mayor número espectadores despistados o féminas curiosas.
Sabía que más me valía no quejarme. A mi patente y contrastada cobardía se sumaba el no querer
parecer más débil y ridículo ante las chicas que se congregaban alrededor... era buen conocedor de
que al final iba a ser lo mismo y el castigo iba a durar más si me resistía, incomprensiblemente, mi
único propósito a pesar de la interminable tortura y humillación era no enfadar a los verdaderos
machos mas de lo oportuno porque sería aún mas contraproducente para mí (tampoco estaba “en
posición” de hacerlo, expuesto, en pelotas con la “colillita” al fresco).
...ante compañeras yo me debatía por zafarme con mas ánimo y ahínco (para intentar dejar clara y
patente mi oposición y valentía), pero aún en mi fingida gallardía tenía buen cuidado de no cabrear
a los alfa más de lo aconsejable... ya que las represalias podían serme aplicadas de forma sumaria en
ese mismo instante para satisfacción y divertimento añadido de la concurrencia.
La “tenaza” se me practicaba exclusivamente a mí (ni siquiera a los beta) por el reducido tamaño de
mi penecito aparte de no tener un solo pelo en el sexo, con un penecito muy escueto y de piel muy
clara, blanco, culminado por un sonrosado glande, todo ello despoblado de vello púbico alguno, ni una pelusa... algún pelillo que ayudara a camuflar y esconder mínimamente mis miserias y
vergüenzas... pero así me era imposible ocultar mi ridícula colillita y lo poco dotado que estaba.
...yo era mucho más inmaduro y tardío en desarrollar que mis compañeros, por eso me abochornaba
y avergonzaba infinitamente más la presencia de niñas en mi sumisión poniéndome rojo como un
tomate. ...estando en bolas desde el ombligo para abajo... un hecho desencadenaba el siguiente, y
éste el siguiente, una broma a otra, se disponía de un inmejorable acceso para cebarse en el castigo
de mi repelado y blanco pitín, terso como el culito de un bebé, podían regodearse en prender y
“cazar” plenamente mis minúsculos y pelados genitales que cabían sin problema en la mano cerrada
de cualquier niño.
La tortilla era una diversión al alcance de todos (...y yo ponía los huevos)...
Podían recrearse en la exposición y humillación de su mascota, pausadamente, sin temor a escape ni
prisas... Era la “tortilla” ideal.


(os envío foto actual para que comprobéis las escasas dimensiones de mi micropene... 3 ó 4 cm. dependiendo, también observaréis los huevitos siempre retraídos como os he narrado... así entendereis mi vergüenza y ridículo en la escuela cuando mis compañeros me “aireaban” mis reducidos genitales en público)

Al brincar en cada apretón en mis pelotitas se disparaban los chistes, animados comentarios del tipo “ya esta kinito bailando la peladilla”... provocándose la carcajada y el alborozo general de los eventuales observadores de ese día, como este ritual se llevaba a efecto en el lugar en que me pillaran, cada jornada aumentaba mi número de “seguidores” para mi pesar... (obviamente le llamaban “la peladilla” por su breve tamaño, su color muy claro y por no tener ni un pelito)
Cuando acababa la “tortilla” y abría la mano para dar paso al siguiente, convulsionaba mas
arrítmicamente si cabe, moviéndome de forma chocante y violenta caderas arriba y abajo para aliviar
mis doloridos testiculillos de los fortísimos apretones, puesto que al tener ambos brazos trabados
por mi macho dominante no podía siquiera consolarme acariciando las doloridas pelotitas antes de
que le tocara al siguiente.

Me arqueaba hacia arriba por el dolor consiguiendo únicamente dejar mas expuesto y visible mi
calvo aparatito (que tras la primera “tortilla” ya no era blanco como el del recién nacido, sino bien
rojo, escociendo y ardiendo)...
El que me aplicaba “la tenaza” regularmente inmovilizándome los brazos y parte superior del
cuerpo solía ser siempre el mismo alfa, de gran potencia y envergadura a pesar de sus 13 años,
seguro de sí mismo, líder nato, un macho eficaz que se sentaba sobre mi pecho y me sujetaba con sus
piernas mis brazos con pasmosa y aplastante facilidad, era una roca inamovible, aguantándome en
esa posición hasta el final.
Ya indefenso, lo de bajarme los pantalones y slip de golpe por parte de los otros compañeros era una
tarea muy sencilla, ni siquiera abrían cremallera o desabrochaban botones, ni quitaban correa, yo era
muy delgado y por experiencia sabían que tirando fuertemente hacia abajo sin miramientos, salía
todo de golpe como un resorte y era mas divertido, los slips y pantalones quedaban en los tobillos
con un único y contundente movimiento, saltando mi blanca y diminuta pollita como un resorte, era
el primer acto del humorístico espectáculo.
Este macho alfa, sentado sobre mi pecho, cara a mí, tenía un inmejorable y “práctico” acceso a mis
descubiertos genitales ejecutando “la tortilla” cómodamente sin necesidad de cambiar siquiera de
postura, con solo echar el brazo atrás ya los tenía prendidos sin interferencia ni obstáculo alguno, se
bastaba él solo. Se le respetaba. Hasta que él no acababa de vapulear generosamente mis huevos no
pasaba el siguiente.
Hacía gala de una gran autoridad, desparpajo y habilidad, exhibiendo un control absoluto de la
situación... y por supuesto de mí.
No era extraño, ya que los auténticos machos no se cortaran un pelo a la hora de someterme en el
patio de recreo y en las zonas comunes y públicas, de acceso abierto a todo el alumnado... el
cuándo y el dónde era imprevisible... e irrelevante (para ellos, a mí sí me afectaba y cuántos y
quiénes pudieran componer la concurrencia del día)
A veces algún beta asistente de los más cortados y apocados, se animaba a participar en un repentino
impulso de gallardía, y entre “tortilla” y “tortilla” aprovechaba para descerrajar un súbito pero
devastador “picahuevos” que conseguía fulminantemente su propósito, retornando a su pasivo lugar
de espectador inmediatamente (la práctica del “picahuevos” consistía en juntar los dedos de una
mano formando un cono, y golpear con la mayor fuerza posible las bolas del incauto de turno,
intentando engancharle las pelotas de pleno y con la mayor fuerza posible cuando estaba distraído...
si se alcanzaba de lleno el objetivo se gritaba muy fuertemente “...picahuevos!!” reclamando la
atención e hilaridad de quien estuviera cerca para que se percatara y mirara, a fin de que se sumara a
la broma y se carcajeara de las dolorosas contorsiones e imprecaciones del sufrido receptor...)
...en realidad el “picahuevos” era una costumbre generalizada de uso frecuente incluso dentro del
aula, cuando se volvía el profesor hacia la pizarra... ahí no podías ni quejarte si el puñetazo
alcanzaba los cojones de lleno para que no te echaran del clase y te impusieran una falta de
disciplina... Para mí era una suerte, por un lado no era únicamente yo el sufridor (al menos los
picahuevos se repartían), por otro lado al estar delante el profesor, ya fuera cura o maestro seglar,
mis dominantes no podían levantarse de su silla ni disponían de tanta “libertad de acción”.
...pero en general, en el cambio de clases, en el resto de las demás dependencias y patios del colegio
sin supervisión directa de adultos, y a cualquier hora, el principal objetivo del “picahuevos” era yo
que los tenía siempre fuera y “expuestos” sin remisión... estando habitualmente descubiertas e
indefensas mis pequeñas albondiguillas por “la tenaza”, era difícil fallar alcanzando sin
“interferencias” su objetivo, si era un beta el que lo propinaba lo hacía con mucha mas virulencia
(supongo que para disimular su condición beta y confraternizar con los alfa) el salvaje impacto
machacaba mis huevos que convulsionaban moviéndose sin sentido de un lado a otro, llegándo una
súbita contracción, un calambre integral, una punzada de profundo dolor que me taladraba hasta el
alma, derrumbando la última muralla física y moral de resistencia que aún me quedara...

...entregándome definitivamente, dejándome hacer... asumiendo indefectiblemente mi condición
sumisa, mansa y dócil de “mascota domesticada y disponible” conocedora de su inferioridad y
sumisión.
Mis “guisantitos” habían dictado la sentencia de rendición incondicional incluso ante los betas.
El picahuevos era una técnica de normal práctica de los machos alfa sobre los marginales y
“desfavorecidos” ya que sabían que no se atreverían a devolvérselo... ni siquiera a recriminárselo y
resultaba bastante gracioso para la concurrencia, riéndose incluso a veces la propia víctima con tal de
empatizar con los dominantes mientras se frotaba con fuerza sus genitales para mitigar el dolor,
aunque he de reflejar que a los demás beta no los inmovilizaban ni los despojaban de la mitad de sus
prendas para abajo como a mí, teniendo mas capacidad de respuesta para moverse, taparse sus
genitales ante un inminente ataque, correr...
...podían defender la integridad de sus bolas de “tortillas” y “picahuevos” con mas energía y eficacia
que yo, podían presevar su intimidad eludiendo la mayoría de las veces el castigo de forma parcial o
completamente (ese no era mi caso, yo estaba por debajo de los beta, era un omega).
En realidad mi condición de omega la desconocía en ese momento al ser un niño, pero visto ahora
con perspectiva histórica y adulta, es obvio que ya nací omega como constataré con hechos
concretos de mi vida más adelante (...y yo que me creía alfa cuando llegué!! Era inepto hasta para
eso!.)
Yo era un paradigma neto de perfil omega:
- Aniñado e inmaduro, sin vello púbico en los genitales, sexo muy pequeño de color blanco y suave
con diminutos testiculitos sonrosados encogidos y sin desarrollar (como ahora).
- Obediente y sometido siempre a alfas y betas, cobarde, pusilánime, sin carácter, dócil y temiendo
siempre molestar para no ser castigado o corregido.
Ante cualquiera de ellos era obviamente inferior sintiéndome indefenso y minúsculo, intentando solo
agradar hablando en tono bajo para no enfadar a nadie, inquieto por si mi mera presencia podía
incomodarles, mi único objetivo era pasar desapercibido. Era un omega puro, el último escalón en la
escala evolutiva de la escuela y en relación con mis compañeros en general, no había nadie por
debajo de mí y era consciente de ello. Todos tenían poder, derechos y autoridad sobre mí y yo
carecía de intimidad para ellos (ni para nadie si ellos estaban presentes), eran mis dueños y señores.
El control era absoluto.
Arquetipo omega puro.
- Niño enmadrado, mimado, malcriado, caprichoso, sin iniciativas... en definitiva, “el rey de la casa”
y el “esclavo del colegio”. Ya había concluido por mi mismo que no era el más importante ni el
único en el mundo, los alfa me habían ubicado rápidamente en mi lugar (que era el contrario al que
suponía), y los beta disponían de un juguete de ocasión con el que desquitarse oportunamente,
básicamente para no ser ellos mismos el centro de atención y la diana de mofas, chanzas y chistes de
los alfa, que recaían sobre mí. A los bajitos, gafotas, gorditos, acomplejados, se les ofrecía la ocasión
de sumarse a la “fiesta” y codearse con los alfa como iguales a mi costa (aunque nada mas lejos de
la realidad).
- Para las niñas era un ser transparente e invisible, implorando siempre que me dedicaran un segundo
de su tiempo, era sensible, tierno y enamoradizo, pero no me miraban siquiera... a veces tropezaban
conmigo porque ni me habían visto y eran ellas las ofendidas poniéndome mala cara, ni me dirigían
la palabra, ni me saludaban, era un ínfimo ser que no existía para ellas, como un insecto.

Únicamente posaban sus ojos en mí cuando los alfa me “domesticaban” y humillaban cuanto más
intensamente mejor, ciertamente lo que admiraban entusiasmadas era la brutal ostentación de
dominio y poder que ejercían en público... conforme se me iban poniendo rojos e hinchando los
güevitos y arrugando la colillita por los sucesivos y ágiles “apretones”, ellas más los observaban y
admiraban encandiladas, embobadas, embelesadas... soñaban con que un macho de verdad así les
concediera una cita... imaginando secretamente cómo sería su primer beso de amor...
En ese momento lo ignoraba pero empezaba a aflorar a la superficie algo que siempre había estado
latente, mi “yo” obediente, dócil, manso... diseñándose definitivamente mi carácter y personalidad
domesticable y servil que requería constantemente de un referente dominante que ordenara mi vida y
dispusiera integralmente de todos los aspectos de mi existencia (hasta cómo y cuando eyaculo).
(Fin de la segunda parte - Continuará)

(Como podeis apreciar en la foto, no se me ha desarrollado mucho desde la época de las “tortillas”
y los “picahuevos” en que hacían bailar “la peladilla”)

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