Texto enviado por aportación de Elsophie.
SEÑORA:
Ahora
que Andrea, antes mi novio andrés, es ya mi criada permanente en
castidad, me ha parecido divertido hacerle escribir cómo llegó a ser lo
que es. Yo le iré indicando lo que tiene que contar, y le sirve de
recordatorio de por qué es lo que es.
Soy una mujer
independiente y bastante mandona, claro, y desde muy pronto supe que no
me iba a juntar con alguien para ser su esposa toda la vida, aunque
siempre me atrajo mucho la idea de tener un esposo (algo complicado sin
ser yo la esposa, claro) al que poder dominar. Con algunos novios que
tuve comprobé lo difícil que iba a ser que me gustara de verdad un tipo
que fuera mi pelele. otras tienen la suerte de poder compaginar eso. Yo
no.
Cuando conocí a andrés, no tuve el menor interés por él.
Sin embargo, él fue insistente, en querer quedar conmigo, en querer
salir conmigo e insistente en estar siempre dispuesto a hacer lo que yo
dijera con tal de estar conmigo. en hacer lo que yo le dijera
Tan
insistente que fue haciéndose hueco en mi cabeza una idea turbadora: ¿y
si podía conseguir que fuera ese pelele al que dominar y del que
aprovecharme, sin tener que ser su novia?
cuando me ponía a
hacer cualquier cosa en casa, lo que odiaba, cocinar, limpiar, fregar,
tenerlo todo en su sitio (porque odio las tareas de casa, pero me
encanta que todo esté perfecto) y pensaba en contratar a alguien, volvía
la idea: ¿Y si ese andrés acababa haciéndome todas las tareas de casa, a
cambio de nada, por supuesto?
Y acabé diciéndome que por probar no perdía nada.
Así
que de pronto, le empecé a demostrar un interés inesperado. Hubo
palabras de amor, cariños, follé con él como nadie lo había hecho, y en
pocas semanas lo tenía totalmente encoñado, me decía que no podría vivir
sin mí.
Y se vino, me lo traje, a vivir a mi piso. Feliz y radiante.
Allí,
por supuesto, compartíamos todos los trabajos. El trabaja en un
instituto, yo en una oficina, los dos solo por la mañana, pero él tiene
más tiempo libre. De una manera natural, como él tenía más tiempo, iba
haciendo más cosas. Y de una manera bastante menos natural, más bien muy
trabajada, yo fui haciendo que se enamorara más y más de mí.
Podríamos
haber seguido así, y terminaríamos siendo lo que decía más arriba: una
pareja donde él se ocuparía de todo. el problema era que yo no tenía el
menor interés por él más que como sirvienta. Es más, se cruzaban otros
tíos en mi vida con los que me apetecería más de un revolcón, pero no
quería poner en peligro mis planes. Planes que ni siquiera tenía
perfilados, por otra parte.
Sin embargo, el destino fue dulce
conmigo, y cruel con él. Como sin querer, un enfado mío, real, dio lugar
a que empezara algo que podía terminar bien, para mí. En una cena en
casa de su madre, con su hermana y su cuñado, dijo algo que me sentó muy
mal. Me enfadé, de verdad, y ese enfado me abrió los ojos a lo que
podía hacer. Tenía que hacer una prueba, y si la pasaba a mi gusto,
luego todo sería cuestión de ir por la misma senda. Cuando me dijo que
haría cualquier cosa por mí, se me ocurrió que tenía que ser algo
humillante para él.
Pasó varios días sin hablarme, aunque yo le pedía repetidamente perdón y le decía que no podíamos seguir enfadados.
Por fin un día me contestó a mis ruegos.
-Me has humillado, y estoy pensando seriamente que si eso puede volver a pasar, será mejor que terminemos.
El mundo se me vino encima.
-No, por favor, lo siento muchísimo. Haré lo que quieras para compensarte.
Me miró con ojos interrogantes.
-¿De verdad? ¿Qué se te ocurre para compensar mi humillación delante de tu familia? ¿Ser tú el humillado delante de la mía?
-Lo que quieras, pero tenemos que volver a estar bien.
-Ya lo pensaré.
Fuimos normalizando, aunque se notaba mucho que a ella le quedaba cierto resquemor. Y pocos días después me anunció:
-Esta tarde viene mamá a merendar. Quiero que tú te ocupes de todo y que nos sirvas la merienda. ¿Serás capaz?
-Por
supuesto. Nunca te he puesto pegas a ocuparme de cualquier cosa. Esta
tarde tu madre verá que te trato como a la reina que eres.
-Habrá
una pequeña sorpresa. aunque veremos si eres capaz de compensar lo del
otro día. Tendrás que seguirme la corriente en todo, y además,
encantado. Tú lo dijiste: ser humillado delante de mi familia.
-Y estaré encantado de verdad, no lo dudes.
-No será fácil. Tienes que parecer feliz y encantado con lo que te he preparado.
-Ya lo estoy, mi amor.
Y lo estaba. A media tarde llegó su madre. Nos saludamos, hablamos un poco y me levanté para servir la merienda.
-Espera, Andrés. Mamá, ¿has traído la bata? -preguntó mi mujer-. Andrés está deseando probársela.
Yo no sabía qué decir, ni de qué hablaban, pero tenía bien presente lo que mi novia me había dicho.
-Eso, ¿has traído la bata? -pregunté, sin tener ni idea de qué bata hablaban.
-¿No te bastaría con un delantal, Andrés?
-Sí, bueno, pero creo que es mejor con una bata, y más cómoda.
Mi
novia sacó la bata de la bolsa, y entendí las reservas de la madre, y
la sorpresa que me iba a dar. Era una bata de señora, sin mangas, rosa,
con puntillas en los hombros, en el cuello, en los bolsillos, por todas
partes, de las que usan para trabajar en casa. Mi novia la había
desdoblado y me la enseñaba en todo su esplendor.
-¿Es esta la bata que tanto te gusta, verdad?
-Ssssíi...
Se levantó y la abrió para que me la pusiera. Me la puso y abrochó todos los botones. La madre también se acercó a curiosear.
-Lo que pasa, dijo, es que a ti no te va a valer, hija.
-Oh,
no. Es solo para él. Quería una bata para hacer las cosas de casa y
cuando te vio esta, me dijo que la quería así. Yo le dije que cómo se
iba a poner una bata de mujer, y rosa, y él me dijo que le gustaba,
¿verdad, Andrés?
-Sí, es justo lo que yo necesito.
-Se iba a comprar una, pero esta le queda bien. Y así tú te compras una nueva, para ir variando.
-Pero es que esta está tan vieja y gastada.
-Ya, más suave, que es como le gusta a Andrés. ¿Nos traes la merienda?
Eso
fue el principio. Una bata de mi suegra, con la que me sentí muy
extraño, y más con sus miradas, divertida la de mi novia, intrigada la
de su madre.
SEÑORA:
Se había puesto
la bata de mamá, una bata muy femenina, delante de ella. Era capaz de
eso. Y cuando lo vi así vestido, supe lo que tenía que hacer. Si lo
veían así en el instituto, se moriría de vergüenza. Pero solo era
vergüenza, no iría más allá. Estaba entregado a mí, y si grababa algo
realmente humillante, algo que no podría permitir que vieran sus
alumnos... Empecé a pensar en el plan, y varias lecturas sobre maridos
feminizados en la red me ayudaron. Compré lo necesario sin que él se
enterara, y me hice una experta en grabar vídeos con las cámaras de
fotos o el móvil. Fui ablandándome con él, preparando el momento en que
se me entregara.
Lo que no esperaba en absoluto era que fuera tan fácil y tan rápido.
Yo
había pensado en varios días, en los que le iría poniendo ropa mía,
poco a poco, y grabándolo, pero haciéndoselo pasar muy bien, para que el
siguiente día fuera más confiado... poco a poco, vamos. Pero al verlo
tan entregado, al ver que no protestaba, fui más directa, y cuando quiso
parar, ya no podía.
ANDREA:
A mi novia se la veía más contenta, pero me hizo ver, por su distancia, que no era suficiente.
-¿qué más quieres? le dije. Si mi hiciste serviros con una bata de tu madre.
-Sí,
la verdad es que ese día te vi dispuesto a hacerte perdonar. pero
enseguida se te ha olvidado. A lo mejor deberías ponértela más a menudo,
como señal de que quieres seguir... a ver si se me termina de pasar el
cabreo. O a lo mejor es que ha llegado el momento de terminar.
-No! me la pondré más a menudo. Si quieres, me la pondré siempre hasta que se te pase.
-Podemos probar eso de siempre. Y sin nada debajo, que esta no es una bata para llevar encima de una camisa y unos pantalones.
Creí
morir de vergüenza cuando me presenté ante ella vestido solo con la
bata sobre el slip. Pero ella sonrió, y fue suficiente compensación.
-Así que vas a ser mi criada.
Lo vi como parte de la penitencia, y contesté:
-Lo que tú digas, mi amor.
Se levantó, me hizo un mohín, una carantoña en la cara, una caricia en el pecho, sobre la bata, por supuesto, mientras decía
-¿Y te ocuparás de todos las tareas de casa para mí?
-Claro que sí, contesté.
Intenté llevar mis manos a su cintura, para acercarla, pero se apartó.
-Ya pronto, cariño, pero ahora tienes mucho trabajo. Empieza por la cocina.
Empecé
por la cocina, y seguí con la cena, con recoger y ordenar. Y aquel fin
de semana estuve completamente dedicado a hacer todo lo que me iba
diciendo, convencido de que aquello sería breve. Dejé la casa como nunca
había estado, hice todas las comidas, hice la colada, tendí en el patio
con mi bata, e incluso mientras ella salía con amigas, yo me quedaba en
casa atareado, y pensando que aquello iba a terminar, porque la veía de
verdad más contenta.
Ella me tocaba de vez en cuando, al
pasar, me sonreía desde el sofá mientras yo le servía el café, o me
acariciaba antes de irse de paseo.
El lunes, tras levantarme
antes para prepararle el desayuno y servírselo en la cama, cuando me
quité la bata para vestirnos e ir a trabajar, me dijo:
-Un par de semanas, andrés, ¿te parece justo?
Para nada, tendría que haber dicho, pero lo que dije fue:
-Lo que tú quieras me parece justo.
-Un par de semanas siendo mi criada.
-Sí, mi amor.
-Pero tienes que llevar algo que te haga recordarlo cuando no estés aquí.
-No entiendo.
-Sí, mira, vas a llevar puestas mis braguitas, las que me acabo de quitar. Nadie se va a dar cuenta de eso.
En aquel momento, eso hasta me pareció interesante, morboso, excitante.
Me quité los boxer que llevaba, destapando una picha que delataba mis ganas. Me puse las bragas bajo su atenta mirada.
-Y habrá que hacer algo con eso, no puedes andar empalmado todo el día.
Hacer algo para mí era irnos a la cama. Para ella, no. Pero yo todavía no lo sabía.
-No te cambies hasta que yo venga, que me gusta ver cómo lo haces por mí.
A
mediodía esperé su llegada. Me mandó a nuestro cuarto, y se quedó en la
puerta mientras yo me iba desnudando hasta quedar en bragas, unas
braguitas pequeñas, fucsia, con encajes por doquier.
-enséñamelas bien.
Y luego me puse la bata, abrochándola cuidadosamente. Ek resto fue como siempre: servir, fregar, limpiar...
La escena se repitió a la mañana siguiente.
-Habrá que hacer algo con eso
-Lo que tú quieras.
De
momento, lo que ella quería, y yo hacía, era usar ya permanentemente
sus bragas, además de la bata en casa, donde por supuesto seguía
ocupándome de todo. Además, en algún momento se había mostrado molesta
por tener que andar diciéndome lo que tenía que hacer, así que ya no
hizo falta ni eso.
Y
uno de aquellos días me llamó cuando yo estaba en la cocina, fregando
los cacharros de la comida (como tenía criada, no me dejaba usar el
lavavajillas, que estropeaba los vasos, decía).
-Ponte aquí, frente a mí, y cierra los ojos.
Era lo más parecido a un juego que habíamos tenido en las últimas semanas. Pero todo fue muy rápido. Me bajó las bragas.
-No abras los ojos, no digas nada y no te muevas. Esto te va a gustar.
Sentí
que hacía algo con mis genitales. Mi picha quiso reaccionar, pero ya no
pudo. Me había puesto unos anillos y una especie de funda que no le
dejaba empalmarse.
-Ya puedes mirar. Esto es tu aparato de castidad. Así no podrás masturbarte y estarás más dispuesto a lo que yo necesite.
Me
miré y vi a mi pito metido en una pequeña funda de plástico duro y
rosa, sujeta a unos anillos metálicos por encima de mis huevos, y todo
cerrado con un candado.
-Pero esto... quise decir.
-Esto
es por nuestro bien, para poder seguir juntos. Si te lo quitas, no sé
cómo, supongo que haciéndote daño, si te lo quitas, puedes dar por
terminada nuestra relación. Pero sobre todo, esto hará que en cuanto te
lo quite, vas a ver el cielo, ya verás.
Me lo creí, claro. Me
subió las bragas y me bajó la bata. Volví a la cocina a seguir con lo
mío, preguntándome ya si aquello iba a terminar, o si no sería mejor
terminar yo.
Pero ella se conocía muy bien la historia del
palo y la zanahoria. vino detrás de mí a la cocina, y mientras yo estaba
fregando, me abrazó desde atrás, con una mano me subía la bata por
detrás hasta acariciar mi culo, y con la otra buscó mis pezones para
acariciarlos.
-Ahora sí que estoy segura de que harás cualquier cosa por mí, y te lo voy a agradecer.
Me llevó a nuestro cuarto.
-Cierra los ojos, todo el rato, solo siente.
Cerré
los ojos y la dejé, y la sentí quitarme la bata, todo el tiempo
acariciándome, todo el rato haciéndome desearla más. Ya estaba pensando
en que me quitaría ese aparato, que solo había sido para empezar el
juego.
Así no me importó sentir que entre las caricias me iba
colocando un sujetador. Según me ponía su ropa me excitaba más y más. Y
lo peor es que yo quería más.
Seguía sin abrir los ojos, contento porque hacía mucho tiempo que mi novia no jugaba conmigo. Incluso me pintó los labios.
Me subió a la cama y me puso de rodillas.
-Abre la boquita. Lo que tú hagas con esto será lo que yo haré con el tuyo.
Entendí sus palabras cuando me metió poco a poco algo que solo podía ser un consolador para que lo chupara.
-Relaja la garganta y podrá entrar mucho más, que es lo que te gusta más a ti.
Llevó
mis manos al extremo del consolador y me dejó allí, de rodillas,
vestido con un sujetador fucsia, con los labios pintados, con los ojos
cerrados, y chupando con deseo un consolador. Metiéndolo y sacándolo,
chupándolo con la lengua de arriba abajo. La sentía a ella a mi
alrededor, pero por nada del mundo iba a abrir los ojos. No podía
estropear, creía yo, aquel momento, que tenía que ser el principio de la
vuelta a la normalidad.
Creía yo.
-Sin sacarlo, me
dijo, inclínate hacia adelante, hasta apoyarte en los codos, así, deja
el culo en pompa, que lo tienes precioso.
Me bajó un poco las
bragas y me dio crema en el culo, metiéndome poco a poco un dedo en él.
Esto no era extraño, lo hacíamos a veces y nos gustaba. Me vi más cerca
del final feliz.
-Coge el consolador y ve metiéndotelo por el
culo, como si lo hicieras con tu cosita en el mío, que sé que te gusta. Y
gime sin miedo, disfruta, cariño.
Y gemí y gemí, ajeno a lo
que eso iba a significar. poco a poco, fui metiendo el consolador, y
gemía de verdad, porque aquello me gustaba. Cuando estaba todo dentro,
lo puso a funcionar despacio.
-Muévete a gatas por la cama, deja que el chisme te de placer, y no temas si sientes que sale algo de tu pito enjaulado.
Ahí quise decir algo, porque yo esperaba terminar de otra forma, pero ella se adelantó.
-chssss, a callar. disfruta de tu arruinado orgasmo, si es que llegas.
No quería llegar, pero el culo me estaba calentando demasiado. ¿cuando se iba a poner ella a...?
-De rodillas, las piernas abiertas, el culo sobre este libro, arriba y abajo, ya verás como algo te sale.
Me
puse como ella decía, y colocó un libro bajo mi culo, que hacía, cada
vez que bajaba, que el consolador se me metiera hasta el final. y gemía,
gemía sin parar.
-Ponte una mano en el pecho, acaricia tu sujetador, tu pezón, y la otra mano bajo la jaula, que no queremos manchar la cama.
a
los pocos momentos de tocarme el pecho, sentí que algo caía en mi otra
mano. Estaba eyaculando, unas gotas, un chorrito mínimo, el orgasmo se
iba pasando, pero tenía la impresión de que no había pasado. Seguía con
las mismas ganas.
-Chúpate la mano para limpiarla, tienes que probar eso como yo lo he hecho muchas veces.
Ya no sabía qué pensar de lo que estaba pasando. ¿Había terminado? ¿Eso era todo?
-Ya puedes abrir los ojos. Vete al servicio a sacarte el consolador, que a lo mejor sale con más cosas.
Me senté en la taza y saqué el aparato con rastros de sangre y de mierda.
Mi novia me miraba desde la puerta, con la bata en la mano.
-Por hoy ya basta, pero la próxima vez tendrás que limpiar tu consolador con tu boca.
-¡Qué?
-Nada,
nada, que se te veía espectacular dando vueltas en la cama con el
consolador en el culo. Parecías una perrita en celo, con ese sujetador..
-Pero yo creía que...
-¿Que
ya estaba satisfecha? Ahora empiezo a estar satisfecha. Toma, ponte la
bata, que va a venir mamá y quiero que te vea como eres.
continuará...
continuará...
Mañana se publica la segunda parte.
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