sábado, 16 de septiembre de 2017

La señora y su criada Andrea. Cuarta parte. 4 de 6

SEÑORA:
Ya tenía a mi criada, apenas dos o tres meses después de llevarla a vivir conmigo, y además con el añadido de una cocinera magnífica. Ver a las dos a mi servicio era más de lo que había imaginado. Ahora se trataba de disfrutar de ello, y de irlo mejorando. En las páginas que veía en internet se hablaba mucho de la criada sissy, con vistosos uniformes más de sexshop que de trabajo. Decidí que mis sirvientas también tendrían su uniforme, pero unos normales, de criada de verdad, y no meros disfraces. Porque yo no quería nada sexual con ese travesti. Podía mandarlas a comprase algunos, pero aquel era otro momento que podría aprovechar. Así que practiqué otro poco con el móvil para poder grabar disimuladamente, y las mandé para allá.

ANDREA:
Un viernes, mamá se quedó allí después de vestirme, con órdenes, eso sí, de no salir del cuarto de la plancha, convertido en mi cuarto.
a media tarde, nos llamó a los dos. No sé por qué, yo esperaba alguna buena noticia, porque seguía pareciéndome imposible seguir así mucho tiempo. cuando nos tuvo a los dos de rodillas ante ella, nos dijo:
-Me alegra deciros que cumplís con vuestro trabajo a la perfección. Desde la semana que viene iréis, los dos, a hacer la limpieza y cocinar a casa de mamá. Dos tardes a la semana. pero hay que hacer las cosas bien. A ti, andreíta, ya estoy cansada de verte siempre con esa bata, y tú, virtuditas, también necesitarás algo que ponerte más de acuerdo con tu trabajo. Así que ahora mismo os vais a bajar a la tienda de uniformes que hay en la calle x, para compraros unos uniformes de criada. Hay uno en el escaparate que es perfecto. Os compráis uno cada una, iguales, cada uno en su talla, claro. Y si tienen negro, elegantes, también compráis otro para cada una, para las ocasiones. Cada uniforme ha de ser lo más completo posible, incluida la cofia. Tú llevarás tus braguitas y tu sujetador negros. Y las medias. ¿todo claro?
-Sí, señora -contestamos a la vez.
-Bien, lo más divertido de la compra es que debéis decir que son para vosotras. Os los probaréis. Primero virtuditas. Con él puesto, con delantal y cofia, sales del probador para que te vea andreíta, y luego entrará andreíta y saldrá con el uniforme puesto también completo, y sin más que la ropa interior debajo, claro, para que lo vea virtuditas. Entonces tú te quedas fuera, y entras tú a cambiarte de uniforme. Y repetís la jugada. ¿No os parece divertido?
-Sí, Señora.
-Por supuesto, yo no quiero perderme eso. Así que iré detrás de vosotros, y entraré a mirar algo, como si nos os conociera de nada.
No bastaba con comprarnos uniformes. Tenían que ser iguales, y tenía que ser humillándonos en la tienda.
-Tenéis permiso, si hubiera, cosa rara, alguien conocido, para compraros uno de los uniformes sin probároslos, aunque a la dependienta le digáis, por supuesto, que son para vosotras, para que os dé una talla adecuada. Como veis, y como os dije, cuidamos de vuestra intimidad.
El uniforme que estaba en el escaparate era uno clásico de criada: de finas listas rosas y blancas, camisero por arriba, con las solapas blancas, con elástico en la cintura y falda por debajo de las rodillas desde allí. Llevaban un delantal y cofia blancos con puntillas.
Entramos. La dependienta atendía a una pareja. Apareció otra dependienta casi al mismo tiempo que la señora, que se quedó a un lado del mostrador, esperando. Habló mamá:
-Necesitamos dos uniformes de chacha, como el del escaparate.
-Muy bien. ¿Saben la talla?
-Sí, bien. Son para nosotras, uno de mi talla y el otro de la suya -y me señaló apenas.
-Usted llevará una 40?
-sí, más o menos.
-Y usted... claro, es más difícil, porque la hechura es de mujer... ¿una 48?
-sí.
La dependienta desapareció y aunque los otros parecían mirar otra cosa, supe, sin verlos, que habían clavado su vista en mí.
Volvió con un par de bolsas.
-No sé si quieren probarse alguno...
-Sí, si me da el mío...
Mamá entró con todo en el probador. La dependienta, por hacer algo, fue desdoblando el otro y extendiéndolo sobre el mostrador. Yo me entretuve tocándolo y mirando no sé qué, y la dependienta fue a atender a mi señora. No recuerdo ni lo que pidió, solo pensaba en lo que tenía que hacer un momento después.
mamá salió como una auténtica criada, con el delantal con el lazo perfecto y la cofia de diadema en su sitio.
Se me puso delante.
-Yo creo que me queda bien.
-Sí.
-a ver tú, póntelo y sal que te vea.
Cogí todo y me dirigí al probador.
Y cuando salí, se hizo un silencio atroz en la tienda. Mamá me miró y llegó a la conclusión de que era mi talla. en el espejo nos vi a los dos y quise morirme. Pero no habíamos terminado.
Mamá, en uniforme, le preguntó a la dependienta:
-Nos los quedamos. Y tienen de los negros...?
-tenemos un uniforme negro, de raso, estupendo.
-Nos saca un par de ellos, en las mismas tallas, por favor.
La mujer puso delante de nosotros dos cajas, que abrió.
-Aunque sean las mismas tallas, como el fabricante es otro, y la hechura... quizá deberían probárselos, sobre todo... él, porque esta manga es más estrecha...
-Sí, sí. Déjeme el pequeño.
Mamá entró al probador y yo me quedé allí vestido con uniforme de chacha, con mis medias a la vista y el sujetador negro intuyéndose, delante de las dependientas, la pareja que seguro que solo estaba allí movida por el morbo y la curiosidad, y mi señora. Como si fuera lo más normal del mundo, cogí el negro y lo extendí frente a mí. Tenía el cuello redondo, con encaje blanco, abotonado atrás con minúsculos botones, de manga corta abombada y terminada en más encaje. Ceñido a la cintura y con falda negra con algo de vuelo hasta las rodillas más o menos. el delantal, también era negro, también de raso, rematado con más encaje blanco, igual que un pequeño bolsillo. La cofia era blanca.
Salió mamá, como una doncella perfecta.
-Las mangas son efectivamente más ajustadas. Yo creo que tú vas a necesitar otra talla más. ¿Tiene la 50?
-sí, ahora se la saco. Puede ir quitándose ese y se lo llevo al probador.
entré, me quité el delantal, la cofia y el vestido. Estaba en bragas, sujetador y medias cuando la dependienta, sin ningún recato, retiró la cortina para darme el uniforme negro. Se me quedó mirando un momento
-No hace falta que desabroche todos los botones de atrás, con soltar dos o tres, le entrará por la cabeza.
-Gracias, le dije.
Cuando salí, quería morirme allí mismo. Mamá me miró deprisa, dijo que todo bien y se dirigía al probador a cambiarse, cuando la señora nos dijo:
-perdonen, pero... es que es tan curioso, ¿les importa que les haga una foto?
-Como desee.
Nos pusimos una al lado del otro, o de la otra, y la señora nos hizo varias fotos.
-Esto... ¿es para alguna función, no?
Seguro que mamá iba a decir que sí, pero yo sabía lo que tenía que decir:
-No, no, es para nuestro trabajo.
-¿usted también...?
-Sí -contesté-. somos las dos criadas de una señora.
-Les pagará bien.
-No hace falta. Lo hacemos porque nos gusta.
-ummm, qué cosas tan raras, verdad? -le dijo a la dependienta.
Dio una vuelta a nuestro alrededor, haciendo más fotos.
-¿les importa darse la mano, por favor?
Mamá y yo nos dimos la mano, y ella nos hizo una última foto.
mamá entró a cambiarse. Yo me quedé parado, esperando. Hubiera preferido que la señora siguiera conmigo, pero me dejó solo.
Cuando volvimos a casa, la señora nos felicitó.
-Ha sido perfecto, puedo enseñároslo, porque lo he grabado todo con el móvil disimuladamente.
-Virtuditas, mañana sábado y el domingo, tienes los días libres. Tú no, andreíta, tú no tendrás nunca días libres. Y como buenas criadas, porque no querréis que nunca nadie vea lo que habéis hecho hoy, se tiene que notar también en la calle. Así que tú, virtuditas, cuando vengas a casa a preparar la comida, cuando te vayas, o cuando vayas a cualquier sitio por orden mía, siempre irás vestida de criada. Solo te perdono la cofia y el delantal. Y tú, andrea, siempre has de llevar alguna prenda de mujer a la vista. de momento, lo más sencillo será que en la calle y en tu trabajo llevarás pañuelos de mujer colgando del cuello, como si fueran un fular. Ah, virtuditas, y el lunes, cuando vengas con tu uniforme rosa, pasas por la tienda donde los compraste y compras otros dos de diario, de rayitas azules y blancas, de las dos tallas. Un último detalle, muy importante: quiero que seas tú, vitudes, la que cambies de ropa a andrea al llegar, antes de irte.
No volvimos a mencionar lo que había pasado.

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