Relato enviado por colaboración de David Tsuno.
QUINTA
PARTE
La
historia avanza con cuenta gotas, ya lo sé, pero en las dos últimas
semanas apenas había podido ver a Claudia en una ocasión, y encima
para tomar un café. Por lo visto Lucía había quedado muy triste y
ella hacía de mejor amiga para levantarle el ánimo, por lo que el
fin de semana se había quedado en el piso con ella.
No
sé si fueron sus gestos, su forma de comportarse, tan segura, y
quizás un poco autoritaria, lo que me alertó. Su ropa había
cambiado bastante, no sé, era como si fuera más sexy. Me decía,
que ahora que todavía hacía buen tiempo (finalísimos del verano)
prefería vestir así. Después de una semana y pico a pan y agua, no
podía pensar...iba con un vestido rojo corto, por encima de las
rodillas, que mostraba un sugerente canalillo. Uñas de un rojo
pasión y unos zapatos de cuña, del mismo colo a juego. El pelo lo
llevaba impoluto, planchado y cayendo en flequillo.
Esta
conversación la tendríamos un lunes, dejándome la miel en los
labios para que la visitara el viernes por la noche. Nada me hacía
presagiar el espectáculo que iba encontrar a mi llegada al piso.
Allí me encontraba yo, a pie de calle. No tuve que llamar al timbre,
la puerta de las escaleras estaba abierta, y yo, todo emperifollado,
subí oliendo a colonia.
Pero,
no me esperaba para nada el glacial recibimiento. Al abrirse la
puerta, pude ver a Lucía, su compañera de piso hippy, en pijama,
mirándome fijamente con una expresión muy desafiante. Tenía el
pelo recogido en una especie de cola. Aunque era delgada, su cuerpo
no era nada atrayente, las curvas brillaban por su ausencia...
Me
fui acercando a su cuarto y tras llamar a la puerta, entré y la
cerré sin estrépito. ¿Qué hacía allí Lucía? ¿No se marchaba a
su pueblo los fines de semana? Pero aún tenía esperanzas. Me
acerqué por detrás a su mesa de estudios y la besé en el cuello.
>>
Pues sí que va a ver fiesta, jeje, al fin y al cabo. Qué fuerte
empieza. <<, pensé. Hice como me pedía, y fui ordenando toda
mi ropa bien doblada en un rincón como Ella me había pedido
siempre. Salté encima de la cama y la esperé allí.
Cuando
se giró, me pareció una Diosa. No sé si llegaba a temblar, pero
estaba muy nervioso, me había costado sangre y sudores no tocarme en
casi dos semanas y no podía ya ni pensar. Ella, que iba en un pijama
muy sugerente y zapatillas, se sentó en la cama a mis pies, y me
hizo acomodarme, sentándome a su lado, de nuevo desnudo...
Me
refiero a que no podemos tener, sexo, al menos no de la forma de
siempre. Verás, a Ella le ofende un poquito la idea de que vengas
aquí a comportarte como un mono, no sé, ¿no crees que es un poco
violento y denigrante para una Mujer que llegues aquí, descargues y
te marches? Por no hablar de Ella, que está pared con pared y se
entera de todo...
Me
quedé estupefacto.
Mira,
dejaré las cosas claras de una vez. Si quieres seguir viniendo por
el piso, tendrá que ser bajo mis reglas, o las tomas o las dejas.
Lo
primero es que he decidido que no me penetrarás más. Estoy cansada
de que me uses como una “funda”. A partir de ahora te centrarás
en mi placer, que bien ganado me lo tengo. Y si te portas bien, ya
veremos.
Reflexioné
un poco en su proposición, pero por una causa o por otra no podía
pensar. Al final, acepté lo que me propuso. Su sonrisa no tuvo
precio, ni tampoco el orgasmo con el que acabó ese largo periodo de
dos semanas de castidad en el que me había confinado.
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