Relato enviado por aportación.
A gatas me llevó hasta el porche.
-Vas a necesitar la boca, así que te quitaré la mordaza. Si de esa
boca sale algún sonido, probarás mi furia, y te parecerá que lo que has
pasado hasta ahora no es nada.
Me llevó a un salón donde había una larga mesa preparada para
comer. El viejo se sentó en la cabecera y a mí me obligó a ir debajo a
cuatro patas. desde allí vi cómo se desabrochaba la bragueta y sacaba su
picha flácida y arrugada.
-Hala, putita, a comer. Ahí bien enchufada menos cuando yo te tire
algo al suelo para que te lo comas como la perrita que te gusta ser.
No me lo pensé dos veces. Aquello era un descanso en el diabólico
día que llevaba. Me metí su picha y empecé a saborearla, muy despacio,
pero con la lengua sin parar. Prefería no pensar en lo que sucedería si
no le gustaba. Me apliqué a fondo, y la sentía crecer, lentamente. A mi
alrededor había otros ruidos. Llegaron los otros dos, se sentaron en la
mesa sin prestarme atención y todos comían conversando sobre cualquier
cosa.
Hasta que oí un carraspeo fortísimo del viejo, y de pronto un lapo
inmenso de algo que debían ser mocos, jugos, saliva y comida medio
masticada cayó cerca de mí, al lado de la silla donde comía el viejo. No
pensar, obedecer sin más. Dejé su picha y me acerqué a aquello, me
incliné y lo cogí con mi boca. Creí que iba a vomitar todo lo comido en
varios días, me llené de lágrimas, pero lo tragué, y con la lengua y los
labios recogí lo que quedaba en el suelo y volví a tragármelo. Cuando
el suelo estuvo limpio, volví a la polla del viejo, que me supo a
gloria. Volvió a pasar varias veces, y todas cumplí con lo que
esperaban.
Pero el perro viejo y desdentado andaba por allí, y en una de
estas, cuando el viejo escupió lo que tenía en la boca al suelo, fue el
perro el que corrió a comérselo.
-¡Qué haces! -gritó el viejo- Escupe eso, vamos.
Un golpecito en el lomo, otro en el hocico, y el perro escupió lo que estaba masticando en la boca.
La conversación se cortó de golpe, sabía lo que esperaban, y no me
hice rogar. Dejé la polla y me dirigí a gatas a donde el perro había
dejado aquello. Lo rebañé con los labios y la boca, creí morirme de
asco, me lo tragué, limpié el suelo, volví a donde había escupido el
viejo, y terminé la labor. Cuando volvía a buscar el sexo del viejo, lo
apartó de golpe.
-Ni se te ocurra tocarme con esa boca después de comerte lo que ha
vomitado el perro. Pero no te preocupes, que si quieres chupar, al
perro. Mira a ver si se deja.
Estaba seguro de que mi dolor había
llegado a límites desconocidos. Ahora tenía que añadir la humillación
más deshumanizada. Me acerqué al perro, que estaba de pie y me incliné
más para llegar con mi boca a su miembro, pero era difícil y apenas
podía alcanzarla. El animal se movió y yo detrás de él.
Las carcajadas de los tres me acompañaron en mi deambular alrededor de la mesa persiguiendo al perro.
-Aquí -le dijo el viejo, señalado su lado-. Túmbate.
El perro se tumbó al pie de su silla, y el viejo lo colocó para que quedara de lado.
Yo llegué detrás de él, y entonces sí, me dejó inclinar mi cabeza
para llegar a su polla, que empecé a chupar, sintiendo como crecía.
Acababa de colocarme cuando la vara descargó sobre mi culo el
primer golpe. El resto de la comida fue así. ellos comían, charlaban,
reían, y el viejo, entre frase y frase, entre bocado y bocado, me pegaba
fuertes varazos en el culo para entretenerse, mientras yo chupaba la
picha del perro, hasta que se corrió dentro de mi boca, y salió
corriendo.
¿Podía salir detrás de él, o debía quedarme allí para que el viejo siguiera pegándome?
-Puta esclava, levántate y haz algo, anda.
Me levanté como pude, absolutamente dolorido por todas partes.
-Recoge la mesa. Lo llevas todo a la cocina, que está allí, y lo
vas dejando para fregarlo después. Ah, allí hay una cazuela con cera.
Ponla al fuego, que es toda para ti,
Esposado, con la cadena colgando del collar y los grilletes en los
pies que me permitían dar solo pequeños pasos, fui recogiendo la mesa.
Puse la cazuela al fuego, y pensé que iban a depilarme, y que no sería
agradable. Pero increíblemente veía un rayo de luz en mi estancia allí:
volvía a ser una criada, y no sólo una masa de carne a la que pegar.
Ellos fumaban, charlaban, me miraban y reían. Cada vez que iba y venía
tenía que pasar al lado del viejo, que aprovechaba para pegarme en un
culo que ya ni sentía.
Al terminar, desparramaron un montón de garbanzos en la mesa y me
hicieron subir a ella y tumbarme boca abajo. Me soltaron pies y manos y
me los ataron a las patas de la mesa. Me volvieron a poner la bola en la
boca. Los garbanzos se me clavaban por todas partes, y si me movía, era
peor.
-¿Está lista la cera?
La mujer, con una espátula, fue extendiendo la cera por mi espalda,
mi culo, mis piernas, mis brazos. Di un bote al primer contacto, debía
estar casi hirviendo. El dolor de aquel momento dejó chicos todos los
anteriores. Intenté gritar con todas mis fuerzas, me estaban abrasando,
pero ningún sonido podía salir con la mordaza.
Y al mismo tiempo que me quemaban con la cera, iban poniendo en
ella, mientras estaba blanda, decenas de pequeñas velitas que iban
encendiendo.
Al cabo de un rato, yo sentía cada vez más el calor insoportable,
las quemaduras de la cera y las velitas que se gastaban y llegaban hasta
la cera y luego a mi piel.
de repente, empezaron a cantar: feliz feliz en tu día, mientras el viejo aplaudía y yo me abrasaba a fuego lento.
-¿Quieres soplar las velitas, abuelo?
-Nooo, vamos a dejarlas que se apaguen solas. ¿Una copita?
Se tomaron las copitas mientras las velas se iban apagando sobre mi encerada piel.
Al rato, se acercó de nuevo el viejo.
-Nos gustan las putitas depiladas.
Inmediatamente empezó a tirar de la cera, muy despacio. Sentí que
me estaba arrancando la piel, y envuelto en sudor y lágrimas volví a
desmayarme. Un jarro de agua fría en la cabeza me despertó, para seguir
con aquella depilación brutal. Debió de tardar horas, y solo era la
mitad, porque cuando terminó, después de lo que a mí me parecieron horas
de horror, me dieron la vuelta, me volvieron a atar boca arriba, con
los garbanzos taladrándome la espalda quemada, y me llenaron por delante
de cera tan caliente como antes. Ya no hubo velitas, los jóvenes
desparecieron y el viejo se entretuvo quitándome todos los pelos del
cuerpo, casi uno a uno.
Al terminar, el viejo me puso de pies, me enseñó la vara por si me atrevía a hacer algo que no debía, y me soltó las manos.
-Ponte esto.
Me tiró algo húmedo, que al extenderlo vi que era un camisón largo.
estaba empapado y frío, y al ponérmelo sentí un alivio inmenso.
-a la cocina. cuando vuelva, lo quiero todo limpio, bien limpio y colocado.
Me encerró en la cocina y candó la puerta con llave.
Lo primero que hice fue repasarme la piel. Estaba completamente
enrojecida, pero contra lo que yo pensaba, no tenía más que algunas
quemaduras aisladas. Lo que estaba morado, oscuro, irreconocible, era mi
pene y sus alrededores. Y el roce del camisón (qué lejos de los que me
había hecho comprar y poner Rebeca), de una tela dura y áspera, me hacía
ver las estrellas. Ya no notaba ningún frescor. Respiré aliviado al
sentirme solo, incluso convencido de que lo de castrarme no podía ir en
serio. Pero quedaba también lo de marcarme al fuego la R, No podía
pensar en ello. Me puse inmediatamente a trabajar. tenía que hacer bien
cualquier cosa que me ordenaran.
Unas dos horas después estaba agotado, pero ya se podía mirar
aquella cocina sin que diera asco. Como no venían a por mí, gocé
levemente de la escasa libertad que me daban los grilletes y la cocina,
repasando una y otra vez cada armario, cada centímetro de la encimera,
cada rincón del suelo.
cuando se abrió la puerta apareció el joven.
-Ven al servicio, putilla. a cuatro patas.
Como una perra, él tirando de la cadena, me llevó al servicio.
-Desnúdate, quítate lo que llevas en tus huevines, la mordaza y a la ducha.
Me duchó como a una perra.
Al terminar, me enchufó directamente la manguera en el culo.
-Que no se te escape ni una gota.
Ni siquiera tenían que parecer órdenes. Yo obedecía sin rechistar.
cuando parecía que mi vientre iba a explotar, metió un cubo en la bañera.
-Aquí, desagua, que este va a ser tu alimento.
No me dio tiempo a pensar en lo que decía. Ni me acordé de que eso
ya lo había probado. Sólo me senté en el cubo y me vacié de agua marrón
mezclada con mis heces.
Volvió a ducharme.
Me dio una toalla con la que me sequé, de rodillas.
Me puse un sujetador muy pequeño y un camisón cortito, de raso, rojo fuerte. Luego me llenó de un perfume muy dulzón, fortísimo.
-Ahora pareces más puta, y hueles a puta. Píntate los labios.
Me los pinté con el carmín que me dio, igual de rojo que el camisón.
-Y embadúrnate bien el culo con esto.
Me llené el culo de vaselina.
-Métete eso, hasta el fondo.
En su mano apareció un consolador gigante. Ya había recibido pichas
en el culo, pero no me parecían tan gigantescas. fui metiédomelo poco a
poco, hasta que él se cansó y de un empujón con la planta del pie me lo
clavó. Luego lo puso en funcionamiento.
en todo ese día, por primera vez, algo parecido al placer recorrió mi cuerpo.
-Ponte un momento de pie. Levántate el camisón por delante.
Volvió a estrangularme el pito y los huevos con el fular, con una
suavidad que me sorprendió y que entendí un momento después, cuando me
puso varias pinzas metálicas en los huevos.
-No quiero ni un gemido.
Entonces apretó con saña el fular, le dio otra vuelta cogiendo las
pinzas con él y volvió a apretar, anudándolo y terminando con un
manotazo en los huevos mordidos por las pinzas. No gemí, me tragué el
grito y me doblé sobre mí mismo.
-Hay que ir preparando esto, jeje. A lo mejor se te caen solos -dijo, y de un empujón me tiró al suelo.
Inmediatamente tiró de mi cadena y me llevó a una habitación con una gran cama.
-Sube y túmbate boca abajo.
En el centro de la cama había un enorme cojín, que quedó bajo mi vientre, dejando el culo y el consolador bien subidos.
Me ató las manos a las esquinas de arriba, y me soltó los grilletes
de los pies. Me hizo doblar las rodillas y me ató los tobillos a los
lados de la cama. con las piernas así, mi culo quedaba todavía más
expuesto.
Entonces llegó el viejo.
-¿Está lista?
-Está lista, papá.
El joven se fue y me dejó con el viejo, que se acercó para acariciar mi espalda por encima del camisón.
-Hueles como una puta, y veo que tu culo está deseando que lo rompa una picha de verdad.
Se fue desnudando, y cuando estuvo listo subió a la cama y se sentó
apoyado contra el catre, dejó sus piernas a los lados de mi cabeza y se
escurrió un poco, hasta dejar su picha junto a mi boca.
-Vamos, putita, a trabajar. Esta noche vas a probar los milagros del viagra.
Metí la picha en mi boca y empecé a mamársela con toda mi atención. Seguía teniéndole muchísimo miedo.
durante un rato eterno nada volvió a oírse. Su polla crecía mucho
más que antes, debía ser la pastilla esa, me apretaba la cabeza para que
me la tragara entera, hasta la garganta, y yo seguía y seguía, pues él
no hacía ningún movimiento.
Se corrió dentro de mi, pero no se apartó ni un centímetro.
-Puede que me duerma -dijo- tú sigue ahí, que quiero soñar con el momento de marcarte y de cortarte los huevos.
Me entraban temblores, pero no podía pensar en eso. Sólo sentía que
mi cuerpo me dolía cada vez más, sobre todo los huevos estrangulados,
mordidos y aplastados contra el cojín, y en mi garganta su polla parecía
no pensar en decrecer.
Se durmió. No sé el tiempo que seguí así, sentía mi cuerpo
acartonado y mi boca dolorida, cuando volvió a correrse, aunque ya casi
no salió nada. Pero se despertó.
Se salió de mi boca y se bajó de la cama. Me levantó levemente, lo
que permitían las ataduras, por un lado y apartado camisón y sujetador
me puso una pinza metálica durísima en el pezón. Luego hizo lo mismo por
el otro lado.
-Esto es para que tú también goces, zorra.
Se subió a la parte de atrás, se colocó entre mis piernas, me quitó
el consolador y de una sola embestida me metió su polla en el culo. Se
tumbó sobre mí, me rodeó el pecho con sus brazos y empezó a sobarme y
pellizcarme los pezones con las pinzas.
-Ahora sí, ahora quiero que gimas y que grites de placer, como una puta.
empecé a gemir, no de placer, y a gritar, porque el dolor de los
huevos ahora era insoportable con él encima, y los pezones parecía que
me los iba a arrancar.
-Muy bien, puta, así. Gozas, eh. Me perdonarás que no vaya más
deprisa, pero uno ya tiene una edad, así que a lo mejor tardamos, pero
mejor para ti, porque así disfrutas más.
Se movía muy despacio, y lo notaba excitarse, no sé si con su picha o con mi dolor.
Hasta que, mucho rato después, sentí cómo llevaba sus manos hasta
mis pezones y los estrujaba y retorcía hasta casi arrancármelos,
mientras yo gritaba de dolor como un poseso, al mismo tiempo que se
apretaba contra mí y me penetraba con más fuerza, hasta que todo mi
cuerpo era dolor. Más gritaba yo, más me torturaba él, hasta que con un
grito por su parte, se corrió en mi culo. Se paró encima y dentro de mí.
-Voy a dormir un poco -me susurró al oído-. Mañana seguiremos. Te
voy a marcar como a una vaca, y te voy a castrar, pero ahora, créeme, no
te conviene despertarme.
Y no me moví ni un milímetro. Hasta respirar me daba miedo. Se
durmió encima de mí, y creo que esas fueron las horas más largas de mi
vida. Derrotado de dolor, me debí ir acostumbrando a él. A lo que no
podía acostumbrarme era a verme allí secuestrado, atado, esperando, con
un viejo dentro de mí, a que se despertara para marcarme con un hierro
al rojo y a castrarme. Lloré de nuevo, sentía las lágrimas pero no me
movía ni una pizca. En algún momento llegué a dormirme, pero me
despertaba para comprobar que la pesadilla estaba allí.
Vi cómo se iba haciendo de día por las rendijas de la persiana, y
entonces empecé a sentirme peor, Sin moverme. Hasta que sentí que era él
quién lo hacía. Se separó de mí y se levantó. Sentí sus manos en mis
nalgas.
-Qué bien me lo voy a pasar, putita.
Pero no tardó en regresar, él y los otros dos. Me soltaron las piernas y me pusieron los grilletes.
-Ha habido suerte, eh, has dormido en la cama en lugar del poste. Si al final mi padre no es tan sádico.
Mientras se carcajeaban de su ocurrencia me soltaron las manos y me
las esposaron atrás. Me levantaron de la cama. Me pusieron la mordaza
otra vez.
-Bueno, putita -me dijo el viejo, blandiendo la vara-. Nos vas a
acompañar a la "sala de operaciones" para hacerte ya sabes qué. Nos vas a
acompañar por las buenas, como una puta educada. O por las malas. Tú
veras.
Se apartó ligeramente, y me señaló el camino.
-Por favor... te conduciré como a una vaquita.
¿qué podía hacer? ¿negarme, y hacer lo mismo molido a palos? bajé
la cabeza y empecé a andar con pasitos cortos. Detrás de mí, el viejo me
tocaba con la vara, a un lado, a otro, para dirigirme.
Bajamos a la cochera, y allí me llevaron hacia una puerta abierta.
Cuando llegamos y vi lo que había dentro, instintivamente me paré, y un
varazo terrible en el culo me tiró de golpe al interior.
En el centro había un potro, como los de los gimnasios. Me
empujaron contra él, y en un momento estaba atado de pies y manos a las
cuatro patas, doblado sobre el potro.
El viejo me levantó el camisón que todavía llevaba puesto, dejando
mi culo al aire. Me dio unas palmaditas en él, y luego sentí algo frío y
metálico contra mi culo.
-Es justa la medida, ni que la hubieran hecho para este culo.
Y eso fue como dar salida a mi terror, y sin pensar en las pinzas
que oprimían mis pezones y mis huevos, intenté agitarme y gritar que no,
que nooo.
Ellos solo se reían de mis inútiles esfuerzos. El viejo se puso delante de mí y me enseñó un látigo.
-Así me gusta. Creí que ibas a ser una buena chica y no ibas a
disfrutar del látigo. Pero no te preocupes, que no te tocaré el culo, no
vayamos a estropear el resto.
Me subió el camisón hasta el cuello y desde donde estaba me dio el
primer latigazo en la espalda todavía dolorida de la cera ardiendo.
Paré inmediatamente, pero él no. Diez, doce, no sé cuántos
latigazos cruzaron mi espalda, y después, desde atrás, me cruzó los
muslos y las pantorrillas. Yo quería desmayarme, pero cada nuevo
latigazo me despertaba, me hacía tensarme, me torturaba pezones y
huevos, y luego otro, y otro.
cuando se cansó y me tenía rendido e inmóvil, me enseñó la barra
metálica, con un mango de madera en un extremo, y una R al revés en el
otro.
-¿Te gusta? a tu ama seguro que sí. No te quejes tanto, total, en
el culo nadie la va a ver más que cuando cumplas como una buena puta, y
seguro que a tus clientes les encanta.
Vi que los otros dos habían llevado hasta donde yo podía verla una barbacoa portátil llena de carbón humeante.
-Para no retrasarnos, las brasas están preparadas -metió la punta
de la barra con la R entre ellas-. En unos minutos estará lista. Nos
vamos a desayunar, pero enseguida volvemos. Ah, y no te preocupes si te
cagas o te meas de miedo. Es normal, jajaja. Luego, debidamente marcada,
lo limpiarás todo para dejarlo listo para la otra parte, ya sabes, la
que te hará una putita de verdad. Por cierto, casi se me olvida.
El viejo se agachó entre mis piernas, me desató los huevos y me
quitó las pinzas, provocando otro espasmo de dolor peor que cuando me
las puso. Luego tiró de ellos y colocó una goma, a la que dio varias
vueltas, en su base estrangulándolos.
-Así será más fácil cortártelos, y no tendrás que limpiar luego mucha sangre.
Salieron y me dejaron con la vista clavada en la barbacoa y, como
había dicho, meándome sin remisión, y con la mierda bajando por mis
piernas, además de llorando. Todavía no me podía creer que fuera a
suceder.
No tardaron en volver.
-Dios, qué asco.
el viejo se puso delante de mí. Llevaba un enorme delantal de
plástico rojo. Cogió la varilla metálica. La R brillaba al rojo vivo.
-Si te mueves o te agitas será peor. Si la marca no queda bien, tendremos que repetirla en otro sitio.
No tenía remedio. Cerré los ojos y apreté los dientes contra la bola que me amordazaba.
Sentí algo caliente que se acercaba a mi nalga e inmediatamente
algo que se apretaba contra mi culo y me quemaba todo el cuerpo, como si
un rayo me atravesara de arriba a abajo. Creí que me desmayaría, pero
no tuve esa suerte. Olí a carne chamuscada, a mi carne chamuscada. Y
cuando ya estaba seguro de que no podía sentir más dolor, la operación
se repitió en la otra nalga.
Me habían marcado como a una res. No era más que un animal para aquellos sádicos.
-Las cosas hay que hacerlas bien, así que te vamos a poner una
pomada y a taparte esto con unas gasas. No queremos que se te infecte y
tengas que ir al médico, jajaja.
La crema me alivió bastante, pero no quitaba nada de lo que acababa
de pasar. Mientras me ponían las gasas y el esparadrapo, en mi cabeza
empezó a dar vueltas otra idea terrible: me iban a castrar de verdad, y
después... después no me podrían dejar ir, porque los denunciaría,
denunciaría a Rebeca, a ellos... no, no me dejarían ir, y me vi de
protagonista de alguna película snuf...
-Ahora te vamos a soltar, para que puedas limpiar esto que has
hecho -me bajaba el camisón sobre el culo mientras lo iba diciendo- y
tienes que ser buena, o mejor, ojalá no seas buena. Imagínate lo que
puede doler la vara aquí -me dio un leve cachete sobre una de las marcas
y sentí otra vez el mismo rayo quemándome sobre lo quemado.
Me desataron los pies, y los sujetaron con unos grilletes que los
dejaba prácticamente unidos. No podría dar ni un paso. Hicieron lo mismo
con las manos, y me pusieron de rodillas.
-Ahí tienes un cubo con agua y una bayeta. Limpia tu mierda. Más te
vale darte prisa, si no quieres que te ayudemos con el látigo.
Se sentaron en unas sillas y se fumaron un cigarrillo mientras yo
me afanaba en limpiar con una bayeta minúscula. Me hubiera gustado ir
más lento, pero el látigo me daba tanto miedo como la castración.
-Ya está bien. Ponedlo en la mesa.
Entre los dos jóvenes me ayudaron a levantarme y me llevaron a una
mesa larga y estrecha. Hacia la mitad, a los lados, salían unos brazos
como los de los sillones ginecológicos. Inconfundibles. Con unas correas
añadidas a varias alturas. No podía apartar la mirada de ellos.
No, por favor, intentaba decirles con la mirada, pero sin ofrecer resistencia.
No, por favor, seguía suplicando en silencio mientras me colocaban
boca arriba, con la cabeza colgando fuera de la mesa. Ni me acordé de lo
que dolía el culo al colocarme así. Tiraron de mis muñecas
engrilletadas hacia detrás de mi cabeza y hacia abajo, hasta atarlas a
una argolla en la parte inferior. soltaron los grilletes de los tobillos
y me colocaron las piernas en los brazos, sujetas con las correas
hasta inmovilizarlas. Tiraron de los brazos artiulados hacia los lados,
todo lo que mis piernas podían dar de si Sentí cómo tiraban de mi picha
hacia arriba, y la sujetaron con esparadrapo. Y empezaron a jugar con
mis huevos, que quedaban colgando, estrangulados con la goma.
El viejo apareció en mi campo de visión. Llevaba una especie de alambre finísimo en las manos.
-¿Sabes cómo funciona esto? Es muy fácil. Como ves, te hemos
colocado en la situación perfecta, como corresponde a una puta, con las
piernas bien abiertas. Pero no vamos a meter nada, más bien a sacar,
jajaja. Te rodearé la bolsa de los huevos con este hilo, por debajo de
la goma, y al tirar de los extremos, cortará limpiamente la bolsa. Te
dolerá un poco, claro, pero lo siento, aquí no solemos usar anestesia.
Después, mi hija te coserá lo que quede de la bolsita y yo guardaré tus
huevos entre mis recuerdos. Te rogaría que no te movieras, pero ya sé
que no puedes, jajaja. Te dolerá como una patadita en los huevos. Lo
malo es que después te seguirá doliendo como si todavía tuvieras huevos.
Ya sabes lo que dicen del miembro fantasma. Pero se pasará. Luego te
colocaremos una braga especial, con unas compresas, que no debes
tocarte, para que eso cicatrice bien. Míralo por el lado bueno: así no
tendrás que hacerte el afeminado para llevar la ropa de putita. Serás un
afeminado muy especial. A los clientes les encantará follarse a un
eunuco.
A esas alturas ya todo me parecía posible. Estaba en manos de unos sádicos que no me iban a dejar salir de allí.
Uno me cogió los huevos y estiró hacia abajo, provocándome un dolor
horroroso y constante; otro, el viejo, supongo, rodeó la bolsa con el
hilo metálico, apreté los dientes...
-¿Y si le cortamos también la picha?
-No, papá, que se nos desangra. Tira ya.
-¡Ya!
Un dolor brutal estalló en mis huevos, o en lo que habían sido mis
huevos. No podía ver lo que estaban haciendo, les sentía hurgar allí
mientras la explosión iba remitiendo. Lo habían hecho!
Me habían castrado. Ya sabía que no iba a salir de allí. Pasaron unos minutos en los que el dolor no cedía.
El viejo volvió a colocarse frente a mi cabeza colgando. Ya no llevaba delantal, y se iba desabrochando la bragueta.
-Lo que más me gusta de esto es que el eunuco al que acabo de
castrar y marcar me chupe la polla en agradecimiento por lo que acabo de
hacerle.
Sentí pinchazos en lo que quedara de mis partes. Me estaban cosiendo.
-Y me la vas a chupar con toda tu dedicación y delicadeza, porque
si siento que un diente la roza siquiera, te los quitaré uno a uno
aunque después tenga que pagarle a tu ama una dentadura postiza para ti.
Y a estas alturas ya debes saber que no bromeo. Piensa que esta tarde
te irás con Rebeca a tu casa. sí, te irás porque sabemos que no vas a
decir a nadie nada de esto, a no ser que quieras que una noche alguien
te meta en el maletero de un coche y haga que estos dos días hayan sido
como unas vacaciones.
Sentí que me colocaban varias compresas, y un enorme pañal que
pegaban a mi piel por los bordes con abundante esparadrapo o cinta
americana. Y yo pensaba en lo que acababa de oír. ¿Sería posible salir
de allí?
el viejo me frotaba la cara con su picha. Me quitó la mordaza y me
la metió, lo que se podía en aquella posición. Y yo, como él me había
ordenado, puse lo que me quedaba de fuerzas en hacerle la mejor mamada
de su vida.
En esas seguía cuando me soltaron de la mesa, y, con los grilletes
que me permitían dar pasitos en los pies, y las muñecas esposadas a la
espalda, me pusieron de rodillas frente a un sillón en el que él se
había sentado, para seguir con mi trabajo.
No sé el tiempo que estuve así. el viejo debió dormirse mientras se la mamaba, pero no dejé de hacerlo ni un momento.
Hasta que el otro hombre entró.
-Ya es hora.
Me desnudaron, menos aquella braga-pañal que me habían puesto, y me
llevaron afuera. El coche de Rebeca estaba allí, y ella se fumaba un
cigarrillo al lado.
Me llevaron hasta allí,y me pusieron de rodillas frente a ella.
-¿qué tal? -preguntó ella.
-Bastante bien -dijo el viejo- Te la hemos marcado con dos erres, una en cada nalga.
-Perfecto.
-Y hemos tenido que castrarla porque no era suficientemente femenina.
-Entonces me debes dinero.
-Está todo preparado. Pero, precisamente, quería negociar contigo que me la dejaras una semanita o dos.
El corazón se me paró al oír aquello, pero, aunque no tenía mordaza, no se me ocurrió abrir la boca.
-No sé... tiene que trabajar.
-Que llame al trabajo y diga que está malita. Tengo algunos amigos
que... no veas como la chupa, ahora que no tiene cojones. Y además,
quería que se la follara el perro...
-Jajajaja. Tendré que ponerlo en su anuncio -sacó ropa del coche y me la tiró-. Vete vistiéndote, menos las bragas, claro.
Me fui poniendo la misma ropa que llevaba el día antes, antes,
cuando solo era un hombre travestido, y ahora... ahora los veía
cuchichear y temblaba de miedo... ¿iría al instituto el día siguiente?
¿habría pastillas o algo para evitar los efectos de ser un eunuco? el
mundo daba vueltas a mi alrededor cuando pensaba en eso...
Me costó un mundo ponerme las medias. el sujetador, la blusa... la
falda... ya solo deseaba que me dejaran llevar siempre esa ropa, en mi
afeminada casa.
El viejo y Rebeca se acercaban riéndose los dos. Rebeca abrió su
puerta y entró al coche. Y cuando pensaba que iba a seguir allí
secuestrado... abrió la otra puerta de delante.
-Anda, pasa.
Me tapó los ojos como al ir, y sentí algo parecido a la tranquilidad, a pesar de todo.
Muchos kilómetros después, Rebeca me preguntó:
-Dice el viejo que no se te ocurrirá denunciar nada.
-No, Señora.
-Mejor. Harías el ridículo.
-Sí, Señora -debía darle la razón en todo. todavía estaba completamente acojonado.
-Porque por ahora, sigues estando entero. No estamos tan locos como para castrar a nadie.
Me quedé de piedra, sin saber qué decir.
-Si, hombre, ahora, cuando llegues a tu casa, verás que sigues
entero. Incluso lo del culo, unas quemaduras sin más que se quitarán en
pocos días sin dejar rastro.
Me entraron unas ganas enormes de besar a mi Ama.
-Eso sí, te han engañado bien, aunque creo que te han follado de
verdad, y he ganado un buen dinero contigo. Pero no voy a matar a la
gallina de los huevos de oro. Te voy a dejar en paz unos días, para que
te recuperes del susto, y de algunos latigazos que seguro que has
recibido.
-Gracias, gracias, gracias, Señora.
-Pero vete comprándote pantalones adecuados. Los de hombre van a
desaparecer de tu casa y de tu vida. Estoy segura de que encontrarás
pantalones de chica que puedas ponerte. de estos no hace falta que te
compres ninguno muy femenino. Cuando yo quiera que estés guapa, solo
podrás llevar vestidos y faldas.
-sí, Señora.
Y eso, que solo dos días antes, me habría matado, en ese momento me
sonaba a gloria. Estaba entero. En algún momento eso se terminaría y
podría ser el de antes.
Bueno... el de antes... mi euforia fue alejándose conforme nos
acercábamos a la ciudad. Con mis manos sobre la falda, con el sujetador
apretándome el pecho... era un hombre y tenía que llevar ropas de mujer,
y ahora también pantalones de mujer, y sin ningún control sobre mi
vida. Estaba entero, pero sometido a los deseos de Rebeca. O sometida,
como ella me obligaba a decir.
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