sábado, 3 de diciembre de 2016

Rebeca 2

 Relato enviado por aportación.
Me había metido en un infierno, aunque yo no sabía todavía hasta qué punto. Me había encoñado de una mujer a la que di calabazas unos años antes. Y ella, de carácter dominante, había aprovechado para vengarse, para convertirme en su pelele, en su criada, en su esclava. Se había adueñado de mi con unos vídeos que yo no podía permitir que se vieran, pues perdería mi trabajo y podría incluso ser acusado de pederasta, aunque no lo fuera.
Me pasé toda la noche del sábado pensando en eso, desesperado y sin encontrar una solución.
El domingo por la mañana me preparé para ir a servir a mi señora. Sujetador con relleno, bragas, medias, y mi ropa encima, y el uniforme en una bolsa.
-cámbiate y a trabajar, quiero la casa de punta en blanco. Hoy comeré fuera y supongo que tardaré en llegar. Tienes tarea de sobra, y si crees que has terminado, repasa los cristales, vuelve a planchar la ropa, en fin, siempre hay cosas que hacer en una casa. Los domingos los vas a dedicar a hacer limpieza a fondo, ya sabes.
Ese fue mi domingo, pero lo peor vino por la noche, cuando ella regresó y me explicó algunas cosas que había pensado para mí:
-No voy a estar todos los días pendiente de ti. Ni tengo ganas, ni me interesas. Lo que me gusta es tener así la casa y que me salga gratis. Y lo que me gusta también es humillarte, porque te lo mereces y a mí me divierte, así que escucha atentamente, porque cualquier desobediencia será severamente castigada. Supongo que ya habrá desaparecido de tu casa cualquier rastro de ropa interior de hombre. Si se te ha olvidado algo, te aconsejo que lo tires antes de que yo lo vea. Sólo puedes utilizar ropa interior de mujer, siempre. Mientras el tiempo permita que lleves un jersey o una chaqueta, siempre con sujetador, además de las bragas y las medias. Y mañana tirarás también todas las camisas y camisetas masculinas. Cómprate unas cuantas, pero de mujer. Las hay muy básicas, cómprate varias. Pero también cómprate blusas muy femeninas, para cuando yo quiera que estás guapa de verdad, jeje. Y pañuelos. Tira cualquier fular que pueda llevar un hombre, y cómprate pañuelos para el cuello. Algunos que te gusten a ti, más o menos, jejeje, pero otros que me gusten a mí. Necesitarás también alguna falda y algún vestido, porque en casa siempre has de estar vestidita como corresponde. En casa... para esto te daré algo más de tiempo... pero habrá que feminizar adecuadamente tu casita de soltero y convertirla en una casita de soltera, casi de muñecas...
Yo escuchaba asombrado, sin atreverme a interrumpir, intentando memorizar, y muerto de miedo: qué quería hacer de mí?


Un mes más tarde me iba haciendo a la idea.
"Mañana van los pintores a tu casa". Era un viernes y yo, como me había ordenado, estaba en casa acabando de planchar su colada para llevársela el día siguiente después de lavarla en mi casa. Contesté corriendo, gracias, Señora, y enseguida me entraron las dudas y el miedo. Yo tenía que estar en casa siempre vestida de mujer. Pero ante una sorpresa como esa (no sabía nada de que tuvieran que ir pintores, ni qué iban a hacer), no sabía qué hacer: ¿recibirlos vestida de mujer? ¿o podría ser como cuando iba a trabajar (una blusa, unos vaqueros, un pañuelo al cuello)?
El segundo wasap (ella se divertía a mi costa, siempre), me dejó respirar: "No hace falta que lleves falda o vestido". Bueno... sería como ir a trabajar.
El tercero ya fue más preocupante: "Por supuesto, lleva un pañuelo en la cabeza, ya sabes cómo, por si tienes que ayudar, no como pintor, claro, sino como mujercita de la casa sirviéndoles, por si quieren unas cañas, o una merienda, o un banquete, lo que se les ocurra". El pañuelo, en triángulo, anudado atrás y con los picos colgando, como me lo ponía de chacha. Y para servirles. Por lo menos no tendría que hacerlo vestida de chica.
O eso creía, porque el cuarto me cortó la respiración: "Y de ropa, solo el camisón cortito. Estos pintores son amigos míos, y necesitarán una puta que les haga más agradable el trabajo".
A las ocho sonó el timbre de casa. En camisón, con el pañuelo en la cabeza, abrí la puerta. Cuatro hombres, con monos blancos de pintores, se me quedaron mirando, para estallar inmediatamente en carcajadas mientras pasaban.
-Hemos dejado el material abajo. Tendrás que ir a buscarlo.
-Sí, Señor -mis respuestas, en esa situación, eran automáticas.
-Pero ponte una bata o algo, no vayas a bajar así, jajaja.
La única bata que podía ponerme era una fina, de nylon, blanca y con encaje, pero eso era mejor que en camisón.
-Gracias, Señor.
Con ella, con el camisón medio viéndose, con el pañuelo en la cabeza, bajé al portal a por plásticos, papel, brochas y pintura, toda rosa y lila. Y no me crucé con nadie, gracias a dios.
-Vete al dormitorio y esperas allí. Cuando queramos algo ya te avisaremos.
No tuve que esperar mucho. Uno de ellos entró.
-Nos ha dicho Rebeca que eres una putita excelente y muy viciosilla. A ver si es verdad.
Se sentó en la cama, con las manos apoyadas atrás y las piernas abiertas. Me puse de rodillas entre ellas, le abrí la bragueta, le saqué su polla flácida y empecé a masajearla, y a comérmela. En cuanto estuvo dura, él se encargó de que me llegara a la garganta, empujándole la cabeza.
No podía ver nada, y apenas podía respirar, pero pude oír la puerta.
-De pies, putilla, que la mía está lista.
Sacó su polla de mi boca, se levantó y otro ocupó su lugar. Me incliné sobre él, con el culo en pompa. Me retiraron el camisón por atrás, me llenaron el culo de vaselina, y mientras yo empezaba a chupar otra polla, el primero fue metiéndome la suya por el culo.
Al cabo de un rato, los cuatro me habían penetrado por los dos agujeros, y se habían vaciado siempre en mi boca.
-Y ahora que tú ya has desayunado, prepáranos unas cervezas y algo de comer.
Tuve que bajar (en pantalones) a comprar lo que se les ocurría, y servirles atentamente. Pude observar que solo dos sabían lo que hacían con la pintura. Los otros solo estaban allí para divertirse conmigo.
Les hice la comida, y se la serví mientras ellos me metían mano. Luego comí las sobras a sus pies, sin utilizar las manos, como un perro, mientras ellos tomaban café y descansaban. También bañé a uno de ellos, pasando una y otra vez mis manos por su cuerpo, y chupando sus pies o su polla, lo que me ofreciera, para terminar siendo enculado otra vez por él.
Otro me obligó a chupársela, moviéndome de rodillas con su picha en la boca, mientras él pintaba una pared. 
También me metieron una brocha por el culo, y tuve que ir pintando la parte de abajo mientras ellos se partían de risa.
Por la noche, los dos que habían pintado se fueron, y los otros dos se quedaron, me follaron cuanto les dio la gana y me dejaron dormir atada en el suelo, con ellos en las camas.
el domingo fue parecido. Al final, cuando se fueron caí rendida. Me duché concienzudamente, me puse un camisón limpio y pude ver su obra. Los dos pintores eran expertos, y habían hecho su trabajo. Mi casa era ahora completamente rosa y lila. Más que femenina, más que de mariquita.
Pero Rebeca no había terminado de tenerla a su gusto, y los siguientes quince días fueron de compras.
 Al final, mi sofá se cubría con un delicado velo malva, el cuadro de Doisneau que tenía encima del mismo se había convertido en un delicado pañuelo de seda bordado a mano dios sabe donde, el salón se llenó de murales de flores, por supuesto, rosas y blancas, a juego con las cortinas; para las sillas tuve que comprar fundas también rosas, del color de los cojines que lo llenaban todo. La cocina se llenó de utensilios rosas, blancos, lilas, azules claro, y delantales llenos de bordados y puntillas, y mi uniforme, claro, en un perchero en la entrada. El servicio se enfundó también en rosa, además de tener a la vista todo tipo de cremas de mujer y productos de belleza, aunque no las utilizara, y toallitas desmaquilladoras, compresas, tampones, más una bata de gasa lila colgando en la puerta, y un peinador... y el dormitorio, como un inmenso pastel rosa y lila, desde la gasa que colgaba a modo de cabecero, lila, hasta las sábanas, rosas con bordados, el edredón, blanco con grandes flores del mismo color, las cortinas, la ropa que colgaba tras la puerta...
Estoy seguro de que ninguna mujer tendría la casa así, pero yo sí, a ver si era capaz, según me dijo Rebeca, de llevar algún ligue allí.
Como si no bastara con ir vestido siempre como un afeminado, con blusas, por muy blancas o básicas que fueran, y pañuelos, sin mencionar lo que llevaba debajo.
Sin contar con que tampoco encontraría el tiempo para ligar, ni para salir con amigos. Según Rebeca, mi sitio estaba en casa, como una buena mujer de las de antes. Sólo podía salir sin su permiso explícito para ir a trabajar y hacer la compra al volver. El resto del tiempo, debía estar en casa, esperando a que ella me llamara, o me diera, en un raro gesto de generosidad, algunas horas libres "para que sepas lo que has perdido para siempre". Solía llamarme un par de veces por semana, para ir a su casa a hacer las tareas. El resto del tiempo debía estar en la mía, con mi uniforme puesto, o con un vestido, o en bata y camisón.
Un día le pedí permiso para ir al cine y por respuesta, los siguientes tres días tuve que estar de rodillas delante del ordenador con la cámara conectada para que ella pudiera verme desde su móvil cuando quisiera, sin hacer nada de nada, solo mirando el ordenador y pensando si me estaría viendo. Eso por adelantarme a pedirle nada. Tenía que esperar todo de ella.
Lo que más me asustaba es que así no se me ocurría cuando querría ella dejarme en libertad. No le causaba ninguna molestia, apenas se ocupaba de mí, y encima trabajaba en su casa. Al principio creí que serían algunas semanas, pero cuando vi cómo me hacía cambiar la casa, empecé a pensar que a lo mejor eran meses, o sabe dios. Pero no podía desobedecerla, porque me veía colgado y azotado durante días, para luego seguir igual.


Así estaba, solo dos meses después de comenzada mi esclavitud, cuando llegó otro de sus avisos: Mañana a las diez de la mañana te recojo frente a tu portal. Ponte guapa.
Ponte guapa significaba vestida de mujer. Nada de blusas básicas, ni de pantalones. En mi portal. Quise morirme. Porque en mi portal me conocía todo el mundo. ¿Habría mucha gente un sábado a las diez? Pero no había terminado. Llegó otro mensaje: Los labios bien rojos, un pañuelo de diadema y zapatos de tacón.
Con una blusa blanca con volantes por delante y un pequeño botón detrás, una falda hasta las rodillas, suave y con vuelo, y una pequeña rebeca azul pastel con hilos dorados bordándola, más las medias, los zapatos de tacón, el pañuelo en la cabeza como una diadema con el nudo atrás y los extremos colgando, los labios bien rojos y un pequeño bolso con mis cosas bajé por las escaleras, preparado para esquivar a cualquiera, llegué al portal y salí a la calle. Me acurruqué junto a la pared, con la cabeza metida casi en el bolso para que nadie pudiera reconocerme, y esperé durante unos larguísimos minutos.
Rebeca llegó y volé hacia su coche.
-¿qué haces? Vuelve al portal y sal con elegancia, que eres mi criada, no un prófugo.
Un prófugo es lo que me hubiera gustado ser. Salí, clavé los ojos en el frente, no quise saber nada más. Llegué hasta la puerta, me giré y volví, despacio y con la cabeza alta, hasta el coche. Estaba seguro de que alguna vecina me habría visto desde la ventana. Esperaba que no me hubiera reconocido.
Al salir de la ciudad, volvió a taparme los ojos como la vez anterior, y yo me puse a temblar, pero no me atreví a decirle nada. ¿Habría hecho algo mal? ¿Me iban a castigar?
Como el viaje se alargaba me tranquilizé, aunque no mucho.
Después de circular por algún camino, paramos por fin.
-Sal y quédate parado junto a la puerta.
Oí varias voces, de mujer, de hombre, y gente que se acercaba. Saludos con Rebeca y luego los sentí junto a mí.
-Quítate la venda.
Una mujer y dos hombres, además de Rebeca, me observaban.
-mmm... no está mal -dijo uno de ellos, el más viejo, que tendría sesenta o setenta años.
-sí, desde luego, para lo que pides por ella, no está mal -añadió el joven.
-desnúdate -me ordenó la mujer.
Empecé a sospechar que me habrían llevado allí para trabajar en la casa, como hacía con Rebeca. "lo que pides por ella" se me había quedado clavado. Yo trabajaría como un mulo y Rebeca cobraría.
Me desnudé, pensando que me darían un uniforme adecuadamente humillante. Y al quitarme las bragas y terminar, el joven se acercó, llevó mis manos a la espalda y me las esposó. Me puso también unos grilletes en los pies, con una cadena muy corta entre ellos, y ya me pareció que a lo mejor no me querían para trabajar. Me quitó de un manotazo el pañuelo que todavía llevaba en la cabeza y me colocó un collar de perro en el cuello.
El viejo se acercó y empezó a manosearme, por delante y por detrás, para terminar pellizcándome furiosamente las tetillas y estrujándome los huevos. Una corriente de dolor recorrió mi cuerpo y fui a encogerme pero el viejo tiró del pelo hasta dejarme erguido.
rebeca se puso frente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Esto no es como la otra vez, Andrea. Aquí no va a haber vídeos porque no se trata de educarte. Esto es un nuevo paso en tu trabajo, no te pensarías que ibas a estar siempre descansando. Verás, hace unos días, puse en un foro al que soy aficionada un anuncio. Te lo leeré: "Se ofrece hombre feminizado y esclavizada contra su voluntad. Puta para cualquier práctica, sin límites. Muy barata". Estas personas se interesaron y aquí estás. Les encanta ver tu picha colgando, porque no querían al típico masoca que goza más que ellos. Así que aquí te quedas este fin de semana. No sé qué te harán, pero espero que disfruten contigo y que seas una buena puta.
-No, no, Rebeca, por favor...
El viejo cortó mi protesta con un tortazo con el dorso de su mano que me dejó helado.
-Bien, ya ha notado la mano de mi padre -le dijo el joven a Rebeca-, ¿tiene algún gesto o palabra clave para parar?
-ah, no, no. No hay palabra. Recordad que está aquí contra su voluntad. Si hubiera una palabra, la estaría gritando ya. Hombre, me gustaría que el lunes pudiera ir a trabajar. Si necesita días para recuperarse, tendréis que pagarlos.
-Claro, claro, por supuesto.
Lo que estaba oyendo superaba cualquier terror, y quise protestar de nuevo.
-No podéis...
el viejo debía estar esperando la oportunidad, y con una vara que había aparecido en sus manos me dio un golpe brutal en los huevos, que me tiró hacia adelante, y ya en el suelo siguió golpeando en el culo, mientras yo me quejaba a gritos.
-¿Te vas a callar, puta de mierda?
Me callé.
el joven se agachó y me colocó una mordaza con una bola gigantesca.
-Así no hay problema.
-Habíamos pensado -dijo la mujer, mirándome con una sonrisa sádica- marcarlo... como una res.
-Jajajaja -rió Rebeca-, querrás decir como a una vaquita. ¿Marcarlo con un hierro al rojo?
-Sí.
-Bueno. Pero que no sea muy visible.
El viejo estaba a mi lado con la vara, así que ni me moví, pero sí empecé a temblar.
-Como eres su dueña, ¿qué te parece una R en el culo?
-Será divertido para mis planes de que nunca pueda ligar con nadie. Mira, mejor una R en cada nalga.
en ese momento yo ya era una piltrafa llorando en el suelo.
-date la vuelta, puta -me ordenó el viejo.
Me giré, quedando boca arriba, lo que él aprovechó para golpear de nuevo en mis huevos. Me revolví y fue peor, porque los golpes arreciaron, hasta que quedé inmóvil, medio desmayado. Pero todavía pude escuchar lo peor.
El viejo le comentó a Rebeca:
-Para que no tenga relaciones con nadie, lo mejor es castrarlo.
-Hombre, me gustaría recuperarlo entero.
-Podemos pagar bien.
No oí nada más, porque el viejo y Rebeca se alejaron cuchicheando. Me hubiera gustado chillarles en ese momento que todos los vídeos me daban igual, que los denunciaría por secuestro y lo que fuera, que irían a la cárcel... pero no podía decir nada, solo llorar.
Rebeca regresó, me miró con una sonrisa extraña, recogió toda la ropa que yo había llevado, la tiró dentro del coche, se subió a él, y se marchó.
El joven y la mujer tiraron de mí hacia arriba, y a empujones me hicieron caminar hasta la parte de atrás del chalet. allí había un poste clavado, con varias argollas a diferentes alturas. Me desataron las manos de atrás, para volvérmelas a esposar después de pasar las esposas por una de las argollas altas, con lo que quedé casi colgando con la espalda contra el poste. Me soltaron un grillete del tobillo, tiraron de mis pies hacia atrás, y volvieron a poner el grillete, con lo que ya sí quedé colgando, con las muñecas empezando a doler casi instantáneamente.
la mujer sacó de un bolsillo un fular de gasa, mientras el hombre me descapullaba mi flácido pene; ella entonces me ató el fular al pito, como si fuera un anillo, lo apretó con todas sus fuerzas, y luego hizo lo mismo con los huevos dejando el nudo debajo. Aunque no estuviera excitado, ahora tenía mi sexo bien sobresaliente. en cuanto vi al viejo con la vara supe para qué. Quise agitarme, encogerme, algo, pero el dolor de muñecas y brazos me dejaba casi inmóvil.
Al primer varazo en el capullo creí morir de dolor, o por lo menos desmayarme, pero no hubo suerte, y tuve que recibir varios más, sudando y llorando.
-Me encanta tenerte aquí -dijo el viejo- Espero que tú también disfrutes. ¿Te gusta tu cuarto? ¿Es amplio, verdad? Aunque la cama puede que no sea muy cómoda. Acostúmbrate, pues tus únicos descansos van a ser aquí, colgadita. Hoy y mañana eres mía, eres mi regalo de cumpleaños, a lo mejor no te lo habíamos dicho. Y yo siempre he sido un poco caprichoso, me gusta jugar con mis regalos y, cuando no me gustan, romperlos
Entonces agarró mis huevos y me los retorció.
-¿Les tienes cariño? Jajajaja.
Apretó un poco más.
-Tu Ama no parece tenerles mucho cariño. Así que... ¿quieres conservarlos?
Apenas tenía fuerzas, pero intenté decir que sí con la cabeza.
-No te oigo. Te lo preguntaré de otra manera. Yo puedo conservarlos bien, en formol, ¿me los regalas?
Sabía que daba igual, pero giré mi cabeza a un lado y otro.
-Sigo sin oírte, así que, como el que calla, otorga, les iré haciendo un hueco entre mis recuerdos.
Y se fueron los tres, muertos de risa, y dejándome allí colgado y aterrorizado.
Fue pasando el tiempo, el dolor en los huevos iba cesando, y aumentando el de los brazos, que intentaba relajar en lo posible, algo muy difícil pensando en lo que podría pasarme.
¡Y cómo eché de menos mi casa hiperfeminizada! E incluso a los amigos de Rebeca, los que me habían hecho virgen para desvirgarme. Entonces parecía dulce la estancia en aquella casa, las pollas que chupé, lo que me dieron por el culo. Y me acordaba de mis ratos en casa, con mi camisón, mis vestidos, incluso ser la puta de los pintores... eso era el cielo. Y yo ahora estaba en el infierno.
De nuevo vi acercarse al viejo, con la vara en una mano y sujetando con la otra a un perro que gruñía y tiraba. Se pararon a unos diez o quince metros de donde yo estaba colgado.
-El perrito tiene hambre, y le encantan las salchichas -dijo casi a gritos- ¿Tienes una salchicha? Ah, sí, ahí colgando.
¡No podía ser verdad!
Volví a morirme cuando vi al viejo soltar el perro, y a este echar a correr hacia mí, inmovilizado, expuesto, esperando... cerré los ojos y creo que grité incluso con la bola en la boca. Sentí directamente la boca del perro agarrando mi picha y mis huevos, retorciéndolos, tirando de ellos. El dolor insoportable otra vez, y el más insoportable todavía de pensar que se la iba a llevar entre los dientes. Me desmayé.
Me despertó un momento después un varazo del viejo en los muslos.
-Jajajaja. Mírate, putita, a ver qué te queda ahí.
"Ahí" me quedaba un dolor indescriptible, estaba seguro de que me lo había arrancado. Miré, pero todo parecía seguir en su sitio.
-Jajajajaja. Has tenido suerte, porque hoy me acompañaba el perro viejo, que ya no tiene dientes.
Seguía riéndose mientras me soltó los grilletes de los pies para volver a ponérmelos, pero ya delante del poste. Me apoyé de puntillas y sentí como si la sangre volviera a circular por mis brazos y muñecas. entonces, sin esperarlo, me sacudió dos tremendos varazos en los huevos que me dejaron aturdido. En esa situación me soltó las esposas y caí al suelo, donde inmediatamente volvió a esposarme las manos por delante. Me ató al collar que llevaba en el cuello la cadena que le había soltado al perro, y tiró de mi, mientras me sacudía con la vara en el culo.
-Vamos, vamos, que solo acabamos de empezar.

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