lunes, 23 de mayo de 2016

Planchado en castidad

Nuestras madres no hablaban de eso: se trataba de una obligación de toda esposa y se acabó, no era asunto a discutir.

Es increíble, pero a la fecha ese asunto sigue entendiéndose en muchos hogares como una obligación de la mujer casada, sin negar que algunos hombres llegan a comprender que se trata de un asunto compartido.

Como sea, planchar la ropa es un reto que enfrentamos a diario las mamás. Programar una tarde en exclusiva para esta ardiente actividad sí es un acto verdadero… pero de recién casadas. No niego que la intención se queda en el pensamiento, pero las multiplicadas actividades femeninas cuando llegan los hijos y los maridos se van –a trabajar o a lo que sea–, impiden la sistematicidad, excepto en los casos de esas damas heroicas capaces de elegir entre planchar la ropa y otros actos también calurosos; las llamo así porque hay ingratas que en verdad ponen en duda el camino a seguir.

Enfrentarse cada tarde a ese aparato amenazante requiere de mucha decisión; son unos minutos consumidos aplanando telas, sobre todo si pensamos que ese tiempo podría invertirse en acciones más productivas y satisfactorias… hacer deporte, por ejemplo.

La acción se acorta o alarga según la resignación con que la enfrentemos: la misma camisa se vuelve todo un sudario si nos despierta la agonía de llevar ese látigo de sumisión, generado, en primer término, por los fabricantes de telas que se arrugan –las telas, no los fabricantes–.

Señoras dispuestas a venir a casa para sustituirnos en tan fatal compromiso no son fáciles de encontrar, están todas ocupadas, y nuestras congéneres, quienes tienen un valioso ejemplar de aquéllas, presumen la profunda calidad ISO 9000 con que realizan su trabajo desarrugador. Luego, uno puede darse cuenta que ni siquiera fiscalizan la labor manual, el caso es que las liberan de semejante penitencia y eso es suficiente para calificar de perfecto el trabajo de la planchadora.

Adoptando los consejos de las buenas esposas no hacen las tareas domésticas he conseguido encontrar quién planche en mi casa. Elegé esta actividad para él, aunque él insiste en hacerlo sólo si está bien vestido.
Bueno, cómo negarle ese capricho a quien disfruta de la plancha al tiempo que me salva de semejante y aplanada acción, eso sólo lo entendemos las que cogemos la plancha a diario.

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