4. Dani
Al levantarme por la mañana noté que Ángela ya no estaba a mi
lado, se había vestido y desayunaba sola en el comedor. Estaba
bellísima con aquel traje azul.
- Buenos días, cariño. – dijo ella con una actitud ambigua – siéntate aquí, anda.
Medio dormido, me senté a su lado en la mesa cuadrada del comedor.
- ¿Has pensado en lo que te dije ayer?
- Sí. Acepto tus reglas.
- Pero, ¿te das cuenta por qué son necesarias, no?
- Sí, es lo más razonable. – dije convencido
- Así me gusta. Mira, te he preparado un horario para que no te pierdas en tus tareas diarias. – dijo pasándome un cuadro.
En el horario aparecían todos los días de la semana. Dos días de
colada y planchado. Cada día la limpieza del cuarto de baño y la
limpieza de una estancia. Cocina y lavar los platos.
- Parece mucho…
- Eso está chupado, nene. Ya verás como pronto te acostumbras. Tienes tiempo para trabajar e ir al gym perfectamente.
- Lo intentaré.
- No, lo harás. – dijo poniéndose seria y lanzándome una mirada asesina. La verdad es que algunas veces un extraño genio que salía de su interior lograba desestabilizarme.
Tras mirar el papel y observarlo con detenimiento, mi mente se fue
por otros derroteros al recordar la otra regla.
- ¿Y qué hay de la otra regla?
- Sólo podrás tener orgasmos cuando yo te lo diga. A partir de ahora yo gestionaré tu vida sexual para que se vuelva más sana. No podrás tocarte hasta que no te avise, y dependerá de lo bien que te portes. – dijo ella sonriente
- ¿Eh? – esto últimamente me incomodó un poco
- Así que ya sabes, a dejarlo todo reluciente y a hacerme caso. Ah, que se me olvida, por favor, cómprame compresas y tampones, por favor.
Y así se fue de la casa tras desayunar. Yo me vestí y me fui casi
al mismo tiempo que ella. Aquel día no tenía que trabajar así que
decidí bajar al supermercado a comprar artículos de limpieza,
guantes y delantal incluidos. No quería cagarla más y puse todo de
mi parte. Mientras pasaba mis artículos, la cajera me miró con una
sonrisa, como si adivinara toda la historia. Artículos de limpieza y
tampones…seguro que pensaba que era un calzonazos.
Al llegar a la casa, me dispuse a hacer la colada. Algunos artículos
como su lencería fina la lave en un cubo a mano. Repasé sus
zapatos, tendí e incluso comencé a atreverme a planchar sus trajes.
Por ahora todo iba bien. Ahora, para la limpieza del comedor y
cocinar me probé el delantal. Me miré al espejo y no me vi mal,
aunque no podía evitar sentirme menos hombre. Maldito ego
machista…todavía tenía mucho que aprender.
Así pasaron los días y comencé a tratarla como toda una reina. Me
acostumbré a preparar el desayuno y la cena (ella comía en el
trabajo), y la casa se veía más limpia que nunca, cosa de la que me
enorgullecía.
- Estás hecho todo un amo de casa, nene. Si lo llego a saber antes…
Pero un día llegó el desastre. Ese día tampoco había tenido que
ir a trabajar. Y como había terminado mis tareas de forma rápida,
encendí el ordenador y no sé cómo, de pronto me vi navegando por
páginas porno de dominación, y con un bulto en mi entrepierna que
no me dejaba pensar. Apenas llevaba dos días desde que había tenido
sexo con mi chica, pero mis antiguas manías parecieron florecer y no
pude evitar masturbarme con un vídeo donde una dominante escupía a
la cara de un humillado sumiso. Decidí esconder mi pequeño secreto
y volver al trabajo doméstico. Aquel día me esmeré más de lo
normal.
Ángela volvió por la noche y tras cenar, como algunos días, la
dejé en su despacho trabajando. Yo me fui al comedor y leía una
revista cuando, de pronto, oí un rugido desde el fondo del pasillo,
y ella se acercó a toda prisa al comedor.
- ¡Serás cerdo! ¿Creías que no me iba a enterar?
- No sé de que me estás hablando…
- No me fiaba de ti y aquí tengo la prueba - dijo mostrando una cámara oculta tras un cuadro.
Me quedé estupefacto, seguramente había visto mi masturbación
aquella mañana.
- Lo siento, cariño, de verdad…no lo haré más.
- Me siento engañada…eres un cerdo. – dijo indignada - ¿Tanto te cuesta serme fiel?
Esto último no lo entendí, pero decidí callar y dejar que pasara
la tormenta.
- Esto se va a acabar. Dame la contraseña de tu portátil.
- Eso no, Ángela, sabes que es privado mío…
- Si quieres seguir en esta casa se te acabó esa privacidad. A saber lo que haces con el ordenador.
Huelga decir que acabé diciéndole la contraseña, que fue cambiada
inmediatamente. Desde ese momento sólo me permitiría usarlo una
hora como máximo al día y siempre que ella estuviera delante, ya
que ella era la que introducía cada vez la enigmática clave.
- Esto no queda aquí. Tomaré nuevas medidas y más te vale cumplirlas. Si no, fuera.
Me quedé con los ojos como platos cuando la vi alejarse con mi
portátil. Aquella noche tuve que dormir en el sofá, mientras mis
ojos se cerraban me fijé que la luz de su oficina seguía encendida.
Ángela parecía tener una conversación con alguien. No le di más
importancia y el sueño me pudo.
Era ya por la mañana cuando noté que me daba un golpecito en la
cabeza.
- Vamos levántate, dormilón. A hacer el desayuno, que me tengo que ir dentro de nada.
Tras unos instantes amodorrado me levanté y casi automáticamente me
dirigí a la cocina a preparar el desayuno. Mientras estaba
exprimiendo zumo de naranja con mi delantal puesto, noté como ella
se acercaba, melosa y me abrazaba por la espalda. Yo iba vestido con
un pijama corto, de verano, fino, que no pudo evitar dejar a la vista
mi incipiente erección al notar sus labios en mis orejas y una de
sus manos acariciarme el trasero.
- Perdona si ayer me puse más nerviosa de lo normal, pero me dolió mucho que me desobedecieras. Pero sé que necesitas una ayudita y para eso esto yo aquí. Llegaré un poco más tarde, pero esta noche probaremos algo nuevo. – dijo ella pícaramente apretando mi paquete desde atrás.
No miento si aseguro que con ese desayuno no pude dejar de pensar en
la noche en todo el día ¿cuál sería la sorpresa que me tenía
preparada?
5. Ángela
-
Podemos hablar con tranquilidad, él desde aquí no nos oye. Como te
contaba, hice lo que me aconsejaste...no lo quería creer, pero el
muy cerdo tardó poco en empezar a pajearse otra vez en el sofá... -
dije echando una mirada a la puerta que daba al comedor.
-
Ja, ja. Chica no te sulfures, todos los tíos son iguales, como
animales. Se ahogan en un vaso de agua. Para eso estamos nosotras,
para encarrilarlos.
-
Ya, pero ahora no sé por donde tirar. La verdad es que estos días
se está portando tan bien, parece que va asumiendo su nuevo rol... -
acabé con un suspiro
-
No te dejes engañar, le has puesto un ultimátum y él ha
reaccionado cagado de miedo. Pero esto será temporal si no sigues
tomando decisiones e imponiéndote.
-
¿Qué me aconsejas? - pregunté dubitativa
-
Cariño, lo primero que tienes que hacer es quitarle todos esos
medios de pornografía que tiene en casa: revistas, películas,
ordenador, teléfono. Pon tus propias claves. Es como un niño
pequeño, dile cuando puede y cuando no puede hacerlo. Recuerda que
tú mandas. Si te haces la ofendida te garantizo que no pondrá
objeción.
-
Ya, pero eso no me quita que siga cascándosela...si lo hubieras
visto, la cara que tenía...brrr ¡como un mono en una jaula! El ahí
cascándosela y yo currando todo el día.
Comencé
a encenderme ¿cómo podía ser tan egoísta Daniel? Quería creer
que él no era antes así pero, ¿y sí el atontamiento inicial de la
relación me había vuelto ciega y siempre se había comportado así?
Definitivamente cada vez creía más en lo que me decía Lilith, los
hombres eran todos unos animales asalvajados. Y encima el tío
hartándose de pajas y dejándome después a mi a medias...mmm más
contras que pros, sin duda.
-
Bueno, bueno... - dijo Lilith intentando calmarme – Vamos a ponerle
remedio, ¿puedes quedar mañana por la tarde? Puedo prestarte una
cosa que te vendrá de perlas.
-
¿A qué te refieres? - dije intrigada
-
¿Has oído hablar de los cinturones de castidad o CBs?
>>
Cinturones de castidad...<< No sabía porqué pero la imagen me
traía a la mente una doncella medieval con unas bragas metálicas y
una cerradura en el centro.
-
Son como unos trastos de tortura para no tener sexo, ¿no?
-
Je, je, algo así. Verás, han evolucionado mucho y ahora los hay
tanto para hombres como para mujeres. Son ligeros y pequeños, y a
algunos se les pueden acoplar accesorios como pinchos o dispositivos
eléctricos. Los hay de varios materiales y tamaños. Algunos no les
permiten tener una erección, otros sí.
Mi
mente calenturienta no pudo evitar imaginármelo de rodillas,
desnudo, con uno de aquellos aparatos puestos y pidiéndome clemencia
para que le dejara tocársela.
-
Parece muy interesante... - dije interesada
-
Estoy dispuesta a prestarte uno y explicarte como usarlo. Cuando pase
un tiempo vosotros mismos podréis comprar uno a vuestra medida.
-
Genial, muchas gracias.
-
Dime, ¿cómo la tiene de grande? - dijo Lilith como si hablara de lo
más normal del mundo.
Me
quedé callada, creo que incluso me sonrojé. Me daba un poco de
corte hablar de estas cosas con una extraña.
-
Pues, no sé...normal...
-
Es decir, pequeña, ¿verdad? ¿doce centímetros?
-
Mas bien, once.
-
Buff chiquilla, yo no sé como te has apañado antes...yo esa creo
que ni la sentiría.
-
Es cierto que no es el chico con el pene más grande con el que he
estado, pero me compensan otras cosas.
-
Eso espero, y más que te va a compensar por la cuenta que le trae.
Pues mira, para empezar te prestaré uno de silicona. Se llama
BirdLock y es fácil de poner y limpiar. Arriba le pones un candadito
y listo.
-
Mmm y con eso, ¿podrá mear, no? ¿Y lavarse?
-
Sí, te lo explicaré todo mañana. Quedamos en mi casa si te parece
bien.
Su
casa. Me parecía que todo estaba yendo muy rápido. Pero ya no podía
dar marcha atrás. Sentía atracción por tirarme a la piscina.
-
De acuerdo, dame la dirección.
Mañana
sería un día muy muy interesante, je, je.
No hay comentarios:
Publicar un comentario